Paseando hacia las ruidosas sendas que pueden llevarnos desde casi la distorsión sonora de Mogwai hasta la progresión retumbante de unos Pink Floyd acurrucados bajo mantos de acompañamientos de viento (un saxo, dando vida a lo agitado de las guitarras); y desde el juego inquieto de algo que podría parecer “free jazz” en lo que al escuchar parece una invención espontánea del ritmo, pero perfectamente agrupada en secuencias melódicas en un conjunto de canción pop en las voces y rock en las guitaras. Los primeros responden al nombre de “Sapiens“. Los segundos, formados a mediados de la década de los noventa, a The sea and Cake, con ecos de Tortoise ( igual es que su batería John McEntire aspira los aromas del grupo citado), pero más acelerados en la caída libre que experimentan el tono de sus temas, es decir, no tan complicados en el minutaje de sus canciones. Y ambos conciertos fueron planeados por las audaces mentes de unos organizadores inquietos: los conciertos sublimes de Vertical Pop.
Sapiens (defendiendo su trabajo que lleva por título “CCW“), en el inicio de alguna de sus canciones de su valiente directo, recuerdan a Godspeed you! black emperor, pero dejan de lado el carácter urbano, maquinal y onírico de su orden ritual en el esquema de canción ostentosa para abrazar una ruta mucho más directa que disparen las guitarras y las voces. El saxo, que intentaba dulcificar lo crudo de este desorden, quedaba demasiado oculto ante tal exposición de fuerza: lástima, porque podría ser un bastón en el que apoyarse si se le diera mayor trascendencia en vivo. Este inicio de perspicacia les puede llevar lejos. Y el freno de sus canciones, donde rompen el equilibrio entre voces y guitarras, (todo sea dicho, una irrebatible voz), unas veces rozando el silencio, otras atizando las cuerdas y los secos golpes de batería, les pueden convertir en íntimos amigos de unos Manta Ray de última gama.
A The sea and Cake yo les empapelaría un “pero”. Se mostraron muy fríos en directo. Su post-jazz saltarín (como ocurre en la magnífica “Weekend“) es de fácil acceso en vivo, pero ni la voz de Sam Prekop era lo cálida que se podía esperar de un líder (si es que no lo son varios de los miembros del grupo, por colaborar en varios proyectos a lo largo de estos años) de un cuarteto de estas características, ni llegaron a transmitir la sensación que exhalan sus trabajos en estudio, mucho más dirigidos a embelesar a través de roles electrónicos. Tampoco su intención era transmitir comunicación con el público ni apenas daban las gracias cuando sus seguidores aplaudían sus canciones. Será que sus hasta ahora ocho discos de estudio y sus años les permiten asomarse a la distancia, con la vista perdida en unos ritmos donde el jazz y el rock han quedado ocultos en un pasado donde todo lo que quiere decir post queda reinterpretado bajo otras tendencias de moda. Y como siguen sonando ajenos a todo aquello que suene a actualidad, debe de ser que también viven en un mundo muy lejano al nuestro. Sin llegar a la decepción, sonaron correctos (eso sí, impecables en la sincronización de guitarras, voces y batería) pero fríos, muy fríos, rehuyendo el trato amistoso y quebrando los gustos imperantes; haciéndose reyes en un mundo de tuertos.
Texto: Ángel Del Olmo