Corrían los años cincuenta. Algo se estaba moviendo entre una juventud que no había conocido la guerra y que estaba harta su recuerdo y de un mundo en crisis con poco o ningún futuro. Un abismo generacional hasta entonces insólito se había abierto entre estos muchachos y sus padres. Su angustia, su desesperación, su rabia y su frustración buscaban vías de escape. Y un tipo de ritmo frenético derivado del blues, despreciado por los adultos por sus raíces negras, por provenir de arrabales y prostíbulos, por incitar al baile, al alcohol, a la droga y al desenfreno sexual, a la diversión al fin, iba a sublimar todo aquello.
En la película de 1955 “The Blackboard Jungle”, rebautizada por la censura española como “Semilla de Maldad”, los chavales verían asombrados cómo un tema de ese incipiente e imparable movimiento aparecía en pantalla, a todo volumen, sin que nadie pudiera gritarles que lo apagaran, pegándolos en el asiento y reconociéndolos como algo más, no como meros esbozos del detestado mundo adulto, sino como destinatarios finales, como sujetos de algo más grande, como protagonistas de una nueva era. Para muchos historiadores, el momento preciso en el que por vez primera sonara el tema de Bill Haley y sus Comets “Rock Around The Clock” mientras aparecían las primeras letras en la pantalla en la oscuridad de la sala señaló el nacimiento de toda una nueva manera de entender la juventud y la existencia: el Rock and Roll.
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