Como si de una reducida pero dignísima traslación a escala local del encuentro anual de los Allman Brothers con el Beacon Theatre se tratase, Sex Museum parecen querer instaurar como convocatoria ineludible su cita agosteña con el Gruta 77, plaza curiosamente poco trabajada por los de Malasaña hasta ahora pese a ser el suyo un escenario en el que se desenvuelven con especial soltura.
Tiene la historia en este caso, sin embargo, sustanciales diferencias más allá de las obvias, pues mientras los recitales neoyorquinos de Allman, Haynes y compañía son auténticos delirios de improvisación y expansión instrumental, los de los hermanos Pardo y los suyos vienen marcados desde hace ya bastante tiempo por un guión casi inamovible que, incontrovertiblemente, les sitúa varios peldaños por encima de la media tanto en temas como en ejecución y puesta en escena, pero que también comienza a demandar con urgencia ser sometido a revisión y renovación. Y es que prácticamente cualquiera que profese la fe rockera en este país tiene la suerte de toparse con Sex Museum sobre las tablas con relativa frecuencia (ya sea encabezando sus propios conciertos, ejerciendo de teloneros de bandas foráneas como Social Distortion o como parte de algún festival), circunstancia que fácilmente da la medida tanto de la solvencia musical que se les presupone como de la necesidad de remodelar o expandir un repertorio indudablemente robusto y vibrante, pero tan reiterativo desde hace años (las últimas novedades las introdujo la publicación de “United” en 2006) que tiene ya la capacidad de sorpresa bajo mínimos y ha visto algo rebajado su impacto. No deja de ser esto extraño precisamente en una banda que siempre ha esquivado el arquetipo y la rutina y se ha mostrado prolija en recursos a la hora de crecer, explorar nuevos terrenos y hasta reinventarse a sí misma, atesorando una excelsa discografía trufada de temas que bien merecerían ser rescatados e incluso más de un álbum que aguantaría sin problemas su ejecución íntegra en directo.
Sería esta, en cualquier caso, la única tacha que se le puede reprochar a unos solidísimos Sex Museum que han hecho de la infalibilidad su marca de fábrica y que en el Gruta se mostraron notoriamente relajados y cómodos, despejando cualquier duda o recelo a las primeras de cambio y reivindicándose una vez más como una entidad imbatible a la hora de electrizar a su público. Aunque éste ya se sepa el repertorio de memoria.