Han vuelto. Se quedan. Están ahí. Uno no puede parar quieto. Rugen las guitarras tras dieciséis álbumes de estudio, disparando a cañonazo limpio por encima de las modas: ¿quién dijo “padres del grunge“?. Son ellos. Asustan, gimen, revuelcan sus sonidos entre llamaradas de frases desesperadas y la tormenta de sus melodías; construyendo un martilleo incesante de canciones firmes, disimulando la no-wave y el noise-rock para expandir, como siempre, lo que mejor han sabido hacer: fabricar unas canciones desesperadas, de llantos y voces que llegan al estómago. Si, han vuelto. Son Sonic Youth.
Las primeras notas, como campanadas, de “Sacred Trickster“, son premonitorias de lo que nos espera: la agónica agitación sonora que, firma personal del grupo, aniquila cualquier género de duda. No hay descanso; son mayores pero no ancianos. Hay fuerzas para esto y mucho más:”Anti orgasm” lo certifica con su repetida convulsión de golpes de guitarra y, a la vez, el gimoteo y el eco de las voces. Dejan sus dos últimos minutos para el descanso atmosférico. Son listos: construyen sus piezas como relojes de orfebrería, labrando los minutos para que todo encaje. Puntuales en la consecución de atrapar las diversas melodías en una sola. Creen que el pop es un camino fácil para soltar carcajadas entre la bruma que podrían construir con una canción resultona: la, la, la, la, la, la…cantan a dúo en “Leaky lifeboat“, donde esta vez las guitarras acompañan el sondeo de su operación aritmética; aquella que dista de transmitir la sensación de haber hecho una canción nada complicada pero sí igual de estremecedora. Y por ese camino, ahora el de consternar en más de seis minutos y sin abusar de la experimentación acústica, “Antenna” les reafirma como figuras clave del noise-rock sin fisuras. Son un colador sonoro y escuchándoles aparecen los fantasmas de muchos grupos; desde los ochenta en adelante.
Y “The eternal” es un disco conceptual, entendiéndolo como signo inequívoco de la identidad del grupo al que pertenece y lo que sigue significando. Además, posee la inteligencia de que sus canciones, como parte de este todo, no se asemejan. Por eso transmiten esa angustia punk entre aullidos que se pierden en el agudo sonido de sus déspotas guitarras en “Calming the snake“. Disparan con dardos envenenados y una voz más ronca, acompañada a los coros, guiñando un ojo a la melancolía de su firme pasado en “Poison arrow“; a sabiendas que Nirvana les acompañó en su añorado ayer, que parece no acabar nunca. Mitificando sus sonidos y corriendo hacia un futuro que parece no escapárseles nunca (¡cómo suena “Malibu Gas Station” a un pretérito perfecto!). Por si faltara poco, regalan “Thunderclap” para que cada cual la apunte en su lugar de las mejores canciones rock del presente año.
Alumnos aventajados de varias décadas de legendarios sonidos, Sonic Youth han hecho del ruido una forma de entender la música. Si, han vuelto y no acusan signos de desaliento.
Texto: Ángel Del Olmo