Pues sí, la actuación de Chimo Bayo retrasó el momento de acostarme, así que no pude madrugar lo suficiente como para bajar a tiempo al centro del pueblo para los conciertos de Arizona Baby y Alondra Bentley. Sólo llegué a ver una desilusionante actuación a cargo de Josh Rouse. Fue una lástima, pues un concierto que tenía todas las papeletas para ser uno de los grandes momentos del festival terminó como una terrible decepción. El americano tuvo que enfrentarse al calor insoportable del mediodía y a un público de resaca y ansioso por encontrar algún sitio donde comer, y solo su voz y su guitarra no resultaron ser armas suficientes para poder salir airoso de un desafío como este. Daba un poco de lástima ver la poca gente que aguantó hasta el final del concierto en la misma plaza donde 24 horas antes Los Coronas habían arrasado.
Por la tarde nos perdimos a Tokio Sex Destruction y a Second, y entramos directamente a ver a Ojo con La Mala. La sevillana siempre ha levantado pasiones enfrentadas, y creo que son tantos los que la admiran -admiramos- como los que echan pestes sobre ella. A mí siempre me ha gustado su capacidad para arriesgar, para manejar su carrera de manera que nadie pueda prever hacia donde irán sus siguientes pasos. Para su gira actual se ha aliado con Raül Fernandez —Refree-, que se encarga de coordinar a los casi treinta músicos —incluida una espectacular sección de metales- que arropan las rimas y reconstruyen el repertorio de la Srta. Rodríguez como si de una big band de hip hop se tratara. Así escuchamos los temas de siempre como nunca habían sonado. La Mala prescinde del lujo deportivo que tradicionalmente ha caracterizado su vestuario, y se enfunda en un largo vestido negro. Ya no es solo una macarra de barrio, ahora también podemos verla como una sensible cantante de jazz o como una heroína del funk protagonista de una peli blaxploitation. En fin, que con atrevimientos como este demuestra que sigue estando un paso y medio por delante del resto.
Había visto hacía poco tiempo a Catpeople, así que decidí tomarme un descanso para cenar que se alargó más de la cuenta, así que también me perdí el concierto de James. Creo que todos aquellos que me comentaron la actuación de los británicos hablaban maravillas de lo que habían visto. Al menos me queda el consuelo de haber asistido hace un par de años a su actuación del Summercase.
La Habitación Roja fueron de menos a más. Arrancaron bastante calmados y presentaron algún tema nuevo, algo que parece que no era lo que esperaba un público ansioso de caña festivalera. Al final lo arreglaron a base de temazos: canciones como “La edad de oro” o “El eje del mal” levantan a un muerto. Pero no quita para que nos quedara la sensación de que los valencianos nos han brindado conciertos mucho más intensos.
He de reconocer que a The Sunday Drivers nunca les he terminado de coger la gracia, así que en directo me parecieron tan monótonos e insípidos como en disco. Dicho esto, he de comentar que a mis amigos, a los que les encantan los dos trabajos de estudio de la banda, disfrutaron del concierto como enanos.
Conozco de sobra lo que los getxotarras We Are Standard son capaces de montar en una sala pequeña. Ya son unas cuantas las veces que les he visto terminar sus actuaciones dejando al público absolutamente enloquecido, con el escenario plagado de espontáneos, en medio de orgías de ruido y confetti. Aun así me sorprendió cómo el grupo también es capaz de poner a bailar a una campa con unos cuantos miles de personas. Empezaron repasando su muy discotequero segundo LP, “We Are Standard“, y casi desde el principio pusieron a buena parte del público en movimiento. El concierto fue un subidón permanente, y la intensidad se acercó al climax a medida que se iba acercando el final y las guitarras se iban abriendo paso con el recuerdo de “On the Floor” y “Txusma Remix” -las dos canciones más celebradas de su debut, “3000W 40000V“- y una imposible versión del “Waiting For My Man” de The Velvet Underground. Dieron toda una lección de cómo poner patas arriba todo un festival sin grandes artificios, prácticamente sólo a base de grandes hits. Se notaba que las limitaciones de tiempo que se imponen al tocar en un festival les habían obligado a recortar y depurar su repertorio y prescindir los trucos que habitualmente usan para ganarse al público… Incluso Deu, su controvertido vocalista, estuvo menos faltón que de costumbre. Aunque, como no podía ser de otra forma, dejó frases para la posteridad: hay que ser grande para soltar “a mi lo que de verdad me gusta es el rioja, pero bueno, los de Aranda también me caéis bien“, en un escenario patrocinado por la denominación de origen de la Ribera del Duero.
También comentar que uno está acostumbrado a acabar empapado en sudor al terminar un concierto de We Are Standard, pero no tanto de sudar de esta manera en las noches arandinas. El rigor del clima castellano ha hecho que el festival siempre se caracterice por temperaturas extremas, por un calor asfixiante por el día y un frío polar durante el horario de conciertos. Pero para sorpresa de todos, este año el tiempo nos dio un cierto respiro y pudimos aguantar toda la noche en camiseta, sin que ni siquiera hiciera falta echarse sobre los hombros la rebequita de rigor. Hubo a quien ese calor nocturno le resultó molesto, pero desde luego que, tras terminar en otras ediciones al borde de la hipotermia, a mí me hizo sentirme como en la gloria.
El desmadre bailable prosiguió con la actuación de Infadels. Frente a los largos desarrollos instrumentales y los guiños al rock de We Are Standard, estos británicos organizan su música con estructuras más sencillas y referencias pop más marcadas (incluido el final con versión de “Sweet Dreams” de Eurythmics). Pero eso no significa que la cosa fuera a ser más relajada: el uso (casi abuso) de subgraves hacen que la sensación de caña sea permanente, y la imagen del grupo sin parar de botar por el escenario (mención especial para el teclista, que parecía que en cualquier momento se iba a descoyuntar) no animaba precisamente a estarse quieto. De todas formas, las comparaciones serán todo lo odiosas que queráis, pero después de lo que habían organizado We Are Standard, lo de Infadels quedaba como una cosa más discreta, quizás con más decibelios pero con un resultado final bastante menos explosivo.
Y al son de “El sitio de mi recreo” del difunto Antonio Vega (que actuó en la edición del Sonorama del año 2007, en la última reunión de Nacha Pop) el festival echó el telón hasta el año que viene.
Haciendo balance —vaya trance, que diría Sr. Chinarro-, nos sale que este año la organización ha sido mucho más cuidadosa que en años anteriores. Los asistentes hemos podido estar mejor informados, los horarios se han llevado con más rigor, las infraestructuras han mejorado (mención especial para la zona de acampada, con duchas cerradas y puestos para comprar comida y agua)…
En cuanto a los conciertos, después del miedo que teníamos tras el goteo de cancelaciones de las semanas previas, la cosa quedó bastante ajustada, con un nivel medio bastante interesante. De todas formas, lo que sí que se ha notado es la extraña distribución de los horarios. Buena parte de los artistas más atractivos habían sido programados en momentos de entrada libre (como la fiesta del jueves o los mediodías). Artistas de trayectorias impecables se veían relegados a las primeras horas de la tarde, mientras en el mejor momento de la noche se encontraban grupos de recién llegados que aduras penas podían llenar un buen repertorio. En definitiva, que había demasiadas cosas buenas a horarios imposibles, y largos ratos con grupos de segunda en el prime time.
Lo que sigue invariable es el buen ambiente general y las ganas de diversión sanota que trae la gente. Y los momentos que no se encuentran en casi ningún otro festival, como el almuerzo gratuito en las bodegas o las pinchadas garageras al borde de la piscina. A eso yo lo llamo calidad de vida.
Crónica de la primera jornada
Crónica de la segunda jornada
Carlos Caneda