Para quienes hayan asistido (y quien va una vez, repite, está comprobado) decirle que la cita arandina es diferente a todas las demás es una obviedad. Para los curiosos, los que quizás piquen al final de esta crónica y quieran probar el año que viene, es precisamente eso, una invitación. O más bien una orden. Porque no hay un festival igual.
Cada mes de agosto, durante tres días (o cuatro, como este año), la localidad burgalesa de Aranda de Duero es una fiesta, gracias al Sonorama. Todo el pueblo se involucra en un evento con gran oferta nocturna y una casi mejor oferta diurna, que en este 2014 celebraba su 17ª edición. No corren buenos tiempos para la industria festivalera y no es tarea fácil confeccionar carteles diferentes (de hecho, este año la oferta cambiaba poco o nada de un punto a otro del país), pero en Aranda se hizo el esfuerzo por conseguir un elemento diferenciador y peculiar que lo convertiría en el Sonorama al que querrían haber ido tus padres… Y cualquiera.
Con Los Planetas, uno de los platos fuertes, abriendo los festejos un miércoles y a pesar de ello congregando ya a un buen puñado de sonoritos, la artillería pesada empezaría a caer el jueves, con un protagonista indiscutible: Raphael.
El Ruiseñor de Linares reventaría el recinto, por el cual horas antes ya se notaba una elevada presencia femenina de la edad de nuestras madres, o incluso nuestras abuelas. Algunas cogían sitio cuando Niños Mutantes calentaban el escenario Aranda de Duero para el jienense. La banda granadina, un clásico del Sonorama, se presentaban con El futuro, nuevo disco lleno de referencias cinematográficas y sobre todo optimismo, que quisieron inyectar arrancando con “Todo va a cambiar“. Grandiosas sonaron sus nuevas composiciones, tan bien recibidas como las imperdibles “Errante“, una casi acústica “Noches de insomnio” o “Te favorece tanto estar callada“, homenajeando al titular de la noche con su versión de “Como yo te amo“, enganchando a las mujeres de camiseta azul llegadas en autobús para ver al Niño de Linares, “un artista que no es normal, lo que ha tardado en venir”, comentó su vocalista, Juan Alberto. En el escenario Castilla y León es Vida, Egon Soda, con un pluriempleado Ricky Falkner a la cabeza, desgranaron con clase y solvencia su cancionero, optando por hablar poco para sacarle partido a su tiempo y poder compartirlo unos con Martí Perarnau de Mucho sobre las tablas.
Y por fin dio comienzo la gran noche indie de Raphael, la cual, en realidad, recibió prácticamente el mismo tratamiento que las actuaciones que acostumbra a dar en teatros. Su tradicional vestimenta oscura, una gran banda con piano de cola en el centro, organillo, un gran atril con las letras, una jarrita de agua a mano, y ante todo, una lección de tablas. El artista es uno de los de antes, con mucha carretera a sus espaldas, Nochebuenas y Eurovisiones, pero quizás no se esperaba actuar a sus 71 años ante una legión de gafapastas en camisa de cuadros y cargados de pulseras de festivales que disfrutó de “Mi gran noche” como si no hubiera mañana. Fue todo sonrisas durante toda la velada, y no se trataba de pose obtenida tras muchos años de trabajo; estaba visiblemente encantado con el recibimiento. Durante aproximadamente hora y media de actuación, Raphael demostró que es consciente de su edad y sus limitaciones, pero más de uno querría poder moverse como él cumplidos los 70. Meneó las caderas, recibió vítores y gritos al quitarse la chaqueta y la corbata de lunares, y estuvo en su salsa al rodearse de juventud sobre el escenario: Juan Alberto de Niños Mutantes, Vega y Alberto de Miss Caffeina, las tres esperadas colaboraciones de la noche, con quienes interpretó algunas de “las joyas de la corona”, como “Qué sabe nadie“. Siempre tratando a su público de usted, mimó a sus fans con baladas y sus últimos lanzamientos, para después emocionar a todos cuando se puso flamenco cantando “Gracias a la vida“, manejando su voz con maestría, levantar al honorable con “Escándalo” y, por supuesto, “Como yo te amo“. Raphael fue él mismo, rompió espejos, cantó sentado sobre una silla de oficina, salió del paso cuando sus cuerdas vocales se resentían, y triunfó.
Un elegante Iván Ferreiro, copa de vino en mano, le tomaba el testigo a Elefantes, uno de los regresos del cartel, con un entregado y bailarín Shuarma al frente entregando su nuevo repertorio con tanto entusiasmo como “Piedad” o “Azul“. Ferreiro y su banda (segunda intervención de Ricky Falkner, esta vez al bajo) no se andaron con chiquitas al arrancar sus 60 minutos con “Turnedo“. Metido el personal en el bolsillo, su último trabajo, Val Miñor – Madrid: Historia y Cronología del Mundo (2013), fue el hilo conductor con las triunfantes recién llegadas “Pájaro azul” o “Cómo conocí a vuestra madre“, cambiando poco la estructura de sus numerosas intervenciones estivales. Aunque, eso sí, su inseparable hermano Amaro se llevó un sonorámico “Cumpleaños Feliz”. Les siguieron Layabouts y su salvaje electricidad rockera y de los bailes hasta la madrugada se encargarían Najwa y We Are Standard y su homenaje a The Clash, ataviados con el vestuario propio de la banda británica, y en presencia del mismísimo Joe Strummer de cartón, sin olvidarse de algunos de sus éxitos.
Los conciertos mañaneros de la Plaza del Trigo han ido adquiriendo un gran protagonismo en las últimas ediciones del Sonorama. En principio planteado como trampolín para bandas emergentes (el jueves, se rindió homenaje al 25º aniversario del sello Subterfuge con los directos de The Bright, Bravo Fisher! y Joe la Reina), con directos que suelen acabar al grito de “¡Escenario principal!”, se ha convertido en el punto caliente donde todo el mundo quiere estar. Desde hace un par de años, artistas consagrados han querido probar las mieles de esta pequeña plaza de ambiente insuperable cuando más aprieta el sol en Aranda, con directos sorpresa de última hora. El la tercera jornada del festival, tras las presentaciones en sociedad arandina de los infernales teclados y baterías de Perro, entre otros, Niños Mutantes aparecieron en escena y los sonoritos vibraron nuevamente con “Como yo te amo“, y revisiones de Talking Heads, Mecano o Depeche Mode.
A escasos metros, en el Red Bull Tour Bus, formaciones noveles también buscaron hacerse oír, como las melodías dulces de ukelele de Penny Necklace o la rotundidad de Kitai. Desde el primer momento se llevaron de calle a los presentes, muchos boquiabiertos ante el derroche de desparpajo y actitud rock del jovencísimo cuarteto, con mención especial a su bajista (al más puro estilo Flea de Red Hot Chili Peppers) y la potente voz de su vocalista.
Texto: Beatriz H. Viloria Fotos: Jacobo Revenga