Somos bastante fieles a nuestra cita anual en SOS 4.8 y este año tampoco cabía la posibilidad de perdérselo, y más cuando el buen tiempo incrementa las ganas de festival. De primeras tuvimos a La Habitación Roja, que reunió a un buen número de seguidores a pesar del calor y la hora. Gente de cierta edad comparada con el hervidero teen del parking disfrutaba de un concierto efectivo y que demostró que la banda está por encima de otras coetáneas que les tienen como modelo. No es menos cierto que sus nuevos temas no saben tan bien como los antiguos, lo que se constata en directo, pero no todo el mundo puede llevar más de veinte años en el candelero y seguir tan frescos como el primer día. Eso sí, la dignidad no la han perdido ni la perderán nunca.
Lo de The Kooks es uno de esos casos tan sobrevalorados que uno se pregunta por qué siguen siendo cabezas de cartel en los festivales. No es que sean un horror, pero “Ooh La” o “Naive” no aguantan el tirón del primer día y los discos posteriores no cuentan con temas tan apañados, además de que el público solo acude por los primeros. Vamos, que viven de las rentas. Por si fuera poco en directo siguen pareciendo una panda de posadolescentes que tocan para pasar el rato, sin sonar demasiado profesionales que digamos. Daban ganas de gritarles: “¿espabilad, chicos!”. Al menos resultan majetes, eso sí, pero la simpatía no es suficiente.
The Prodigy poco tiene que demostrar a esta alturas. Más de dos décadas a sus espaldas constatan que, aunque en estudio no destaquen tanto como antaño, en directo siguen en la cresta de la ola. Los asistentes tenían ganas de rave y eso fue lo que obtuvieron. Temas clásicos como “Smack my bitch up” o “Firestarter” con otros más novedosos como “Omen” e incluso de su próximo disco todavía sin fecha. transmitían contundencia. Su propuesta se mantiene intacta, porque no solo se basa en bailar, sino en retorcerse y que la música te atraviese gracias a los ritmos tajantes y directos de su obra. No cambiarán nuestras vidas, pero en el momento agradecemos a Dios (¿o a Lucifer?) de que sigan dando guerra.
A pesar de que “Dancing anymore” de Is Tropical haya sido el tema principal en la campaña televisiva del festival, la verdad es que los ingleses no estuvieron a la altura de tal honor. Aunque en realidad este momento fue casi lo más destacado de la noche, tras innumerables problemas con el sonido y poca gracia en trasladar sus temas de estudio al directo, por lo que grandes temas como “Sun, sun”, “The greeks” o “Lies” se quedaron en una mera anécdota. Faltaban ganas y carisma, pero tampoco ayudaba que tocasen a las 4 de la madrugada (no es una banda para esas horas) o que nos hiciesen esperar media hora. No estaba el horno para bollos y ellos metieron la panadería entera.
Tras un viernes donde quizás faltaron más estímulos, el sábado venía más que calentito. Con Triángulo de Amor Bizarro de manera literal, además. Aparte del solazo de la hora, su bravío en directo provocaba infinitas ganas de botar como desquiciados aunque muriésemos deshidratados (una suerte que no estuviese a reventar el foso). “El fantasma de la Transición”, “Estrellas místicas” o “De la monarquía a la criptocracia” fueron las grandes estrellas en un repertorio más dado al guitarreo abrumador que a las melodías. Eso y mucha actitud descarada marca de la casa, que nunca falta. Te gusten o no, la energía que desatan podrían levantar a un muerto.
¿Cabe una propuesta como Damon Albarn en un festival como SOS 4.8? Quizás si hubiese tocado grandes éxitos de Gorillaz y Blur, pero salvo “Tender” el resto eran temas menores a nivel de popularidad (que no en calidad). como “El manana” o “Out of time”. Así, a pesar de su importante papel en la música de los últimos 20 años, los asistentes no se aplastaban entre ellos como en el concierto de Blur de Primavera Sound. Quizás a algunos hasta les pareciese aburrido, pero la presencia y profesionalidad de Damon quedan fuera de toda duda, regalando un concierto quizás no apto para un público mayoritario pero sí para seguidores acérrimos. Es un riesgo hacerlo en un festival, que no es una sala precisamente, pero artistas como él tienen todo el derecho del mundo, y más si salen triunfadores. A su manera, eso sí.
Para los que hubiesen disfrutado de Phoenix en Primavera Sound este concierto no contó con demasiadas novedades, pero para los nuevos se trataba de un gran deleite visual (preciosas proyecciones) que complementaba a la perfección a un inspirado setlist. “Entertaiment”, “If I ever feel better”, “Liztomania” o “Consolation prices” hicieron las delicias de los asistentes con ganas de bailar, pero los momentos de introspección también tuvieron su hueco, porque no solo se trata de una banda pop, aunque sin duda se trate de su fuerte. Thomas Mars, su líder, tiene además bastante encanto sin ir de divo insoportable, derrochando una simpatía muy del vecino de al lado, por lo que la sensación de cercanía hacía que todo el show ganase puntos. Una gozada que demostró que su fama está bien justificada.
Pet Shop Boys es sinónimo de pop en estado puro. Sean clásicos como “It’s a sin”, “Domino dancing”, “Always on my mind” y “Go West” (espectacular traca final) o temas menos conocidos, el dúo sabe transmitir esa frescura pop que por suerte siguen casi intactas tras tres décadas, por lo que el público lo daba todo aunque no pudiese berrear el estribillo. Una gran fiesta que por supuesto fue acompañada de una puesta en escena a la altura entre lo kitsch y el buen gusto (¡menudo juego de láseres!) y que duró casi hora y media, el concierto más largo del sábado, tiempo que por supuesto merecían. O incluso más si fuese posible, porque con un repertorio de ese calibre un directo estándar se queda algo corto. Lo mejor de esta edición, sin duda, apto para todos los públicos, da igual los gustos o las edades.
Tras un concierto petardo, qué mejor que otro más petardo todavía. Y si hablamos de kitsch, Fangoria gana de largo. Al final la banda, y sobre todo Alaska, son todo un icono pop de nuestro país, y a pesar de la gran presencia de las voces pregrabadas (algunos ya asumimos de qué va el rollo), el show resultó tan divertido como adictivo. Grandes éxitos de los ochenta como “Perlas ensangrentadas” o “Ni tú ni nadie” se daban la mano con temas más de los últimos años como “No sé qué me das” o “Retorciendo palabras”, que se unían a lo mejor de su último disco, conformando un setlist sólido y descaradamente bailable. Una pena que en vez de quedarnos con un buen sabor de boca apareciese su marido a “tocar” con Nancys Rubias tres canciones en la recta final. Ese tipo de calzadores sobran, Alaska.