“Gracias, esto, ¿cómo empezar?”. En esta frase tan adecuada de “¿Por qué me llamas a estas horas?” debía de estar pensando hace unos días Enric Montefusco cuando salió al escenario de La Riviera. Enric tenía que enfrentarse a una ardua tarea: dar comienzo al último concierto madrileño de su banda, Standstill. Y con cara de circunstancias, el líder de la formación catalana habló de una serie de catastróficas desdichas que habían acompañado a una actuación que parecía no estar destinada a celebrarse: cierta afonía, problemas con la Guardia Civil, la lumbalgia de su compañero Ricky Falkner y unos proyectores rotos.
Esta última iba a impedir que Cenit, el espectáculo que ha acompañado al último trabajo (el de verdad) del grupo, Dentro de la luz (2013), tuviera lugar. Recibida la noticia entre aplausos y lamentos, al sustituir el setlist previsto por un repaso a sus clásicos, arrancó la noche con “Que no acabe el día“. Este título también resultó muy adecuado, porque era un deseo compartido por todos los presentes en la sala.
Y es que en esta velada, la despedida madrileña de Standstill (han anunciado un parón indefinido), cada canción parecía un dardo que hacía más daño del habitual. Y no solo por el hecho de que era la última vez que se iban a poder disfrutar en directo; algunas letras parecían haber sido compuestas para este momento, porque cobraron más sentido que nunca.
No quepa la menor duda de que había tensión en el ambiente, teñido de un sentimiento agridulce que se había apoderado de los asistentes desde que conocieron la mala noticia. La emoción se confundía con la tristeza y viceversa mientras La Riviera rugía al son de “¿Por qué me llamas a estas horas?” y el deseo de inventarse un plan para escapar era real en “Adelante, Bonaparte” (tanto la I como la II). Hubo momentos en los que el propio grupo, que aún tuvo que soportar algunos problemas técnicos durante la actuación, parecía ser el primer interesado en salir corriendo de allí. Pero Montefusco supo canalizar energías y llegar a esta conclusión: “Es un día para bailar, cantar y celebrar, no puedo pensar en lo que digo porque no podría tocar estas canciones”.
En lugar de pensar, se dejó llevar cerrando los ojos mientras acariciaba su acústica y liberó adrenalina baquetas en mano junto al ya de por sí potente tándem de baterías. El quinteto repasó los temas más apreciados de su discografía en castellano, regalando unas de las interpretaciones más vibrantes si cabe de ese desvarío titulado “La Mirada de los Mil Metros“, a base de guitarras rugosas y distorsionadas y la voz de Montefusco a todo vapor. A pesar de las desavenencias técnicas, Standstill pudieron despedirse de Cenit gracias a los láseres que sí funcionaban y pudieron transmitir parte de la magia de ese espectáculo, atravesando a Montefusco como si le estuvieran escaneando al cantar “Tocar el Cielo” o “Me Gusta Tanto“.
Llegado el momento de hacer una primera pausa, otra frase apropiada: “¿Seguimos o no?” (de “La Mirada de los Mil Metros). Llegaron a pensárselo, pero decidieron seguir, y Enric habló, dio las gracias (más de lo que hubiera querido, seguramente) y volvieron a aparecer las letras que requería el momento. Ese “gracias por venir” de “1, 2, 3 sol”, que se vio interrumpida por los aplausos del honorable durante unos minutos. También decidieron hurgar un poco más en su estreno en la lengua de Cervantes con una muy bestial “Poema nº3” o “Cuando“, entre gritos de quienes se olían el verdadero final.
Después de ejecutar el segundo y último bis, hablando de nuevo de planes para escapar pero en un tono más alegre y festivo, con los ojos vidriosos se reunieron Montefusco y compañía en el centro del escenario para despedirse. Los silbidos y gritos de “otra” del personal no sirvieron para ablandar el corazón de los dueños de la sala. Se había acabado.
Superado (es un decir) el shock de lo acontecido, hay que reconocer que un grupo con casi dos décadas de trayectoria y unos seguidores quizás no muy numerosos pero fieles se merecía un adiós a lo grande. Mejor acústica, ni un fallo, ni una sola desdicha. Pero, con todo y con ello, los catalanes no fracasaron a la hora de atravesar almas con sus emotivas interpretaciones y unas letras demoledoras, esas que funcionan pase lo que pase.
Quien firma termina esta difícil crónica acudiendo de nuevo a su cancionero. Adiós, Standstill, cuídate. Y volved pronto, para que podáis saludarnos con un “Hola, ¿qué tal? Cuánto tiempo. Muy bien, con el grupo y eso”.
Texto: Beatriz H. Viloria
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