Steven Wilson es de otro planeta. Como esos locos a los que les cantaba con Porcupine Tree en “Last Chance To Evacuate Planet Earth Before It Is Recycled”, Steven Wilson no viene de la Tierra. Porque lo que está haciendo en esta gira, su primera en solitario, es una experiencia musical insólita, irrepetible y tan exquisita como ese Grace for Drowning que presenta. A mediodía, cuando tuvimos la oportunidad de entrevistarlo, había algunos aspectos de su música que no conseguía explicar con palabras y en cierta medida sucedió lo mismo por la noche: fue una vivencia indescriptible.
En la sala Boerderij de Zoetermeer, a pocos kilómetros de La Haya (Holanda), las puertas se abrieron a las siete y media y, durante la hora de espera, se proyectaban unas imágenes sobre un telón casi transparente que cubría el escenario. A la hora señalada, Marco Minnemann llegó a la batería y, todavía con el telón puesto, inició un ritmo. Luego apareció Nick Beggs con el bajo —gafas de sol, dos trenzas, traje—, le siguió Adam Holzman con los teclados, Aziz Ibrahim con la guitarra y Theo Travis con la flauta. Así es como poco a poco fueron construyendo “No Twilight Within the Courts of the Sun”, hasta que finalmente salió Steven Wilson y llegó la contundencia rítmica; luego la calma, estrofas suaves, estrofas rabiosas más tarde. Como el concierto mismo, muy ecléctico. Y siguió con “Index”, con movimientos robóticos por el escenario, mientras Nick Beggs tocaba el stick y le hacía las armonías vocales. Un comienzo explosivo.
Mientras Roger Waters optaba por esconderse detrás de un gran muro y mucha espectacularidad, Steven Wilson era capaz de emocionar sin tanta parafernalia y optó por todo lo contrario: eliminar las barreras. Así que el telón cayó en “Sectarian”. Como su intención era reivindicar el papel del jazz en el progresivo, introdujeron en este y otros momentos del concierto alguna que otra improvisación. ¿Y es que acaso hay algo que suene mejor que un saxofón enfurecido? Sí, desde luego: un mellotrón, un instrumento que esa noche estuvo muy presente. Steven Wilson se sentó frente a él para tocar “Postcard”, como ya había hecho con “Deform To Form a Star” y sus pegadizas melodías vocales después de “Index”. Se movía a su antojo por el escenario, lo mismo cogía la guitarra eléctrica o la acústica, que tocaba el mellotrón o simplemente cantaba. Y también Theo Travis entre flauta, saxofón y clarinete, o Nick Beggs con el bajo y el stick.
Esa noche iban a tocar sobre todo canciones de Grace for Drowning y por eso siguieron con “Remainder The Black Dog”, en uno de los mejores momentos del concierto. Pero también aprovecharon para presentar algunas canciones de Insurgentes, ya que no hubo gira de ese disco, así que a continuación empezaron a sonar los arpegios de “Harmony Korine”. Una vez que el telón había desaparecido, habían empezado las proyecciones de Lasse Hoile: una mujer tirada en la cocina en “Postcard”, el inquietante videoclip de “Remainder The Black Dog” y los muñecos de bebés en “Abandoner”, que quien había visto el documental de Insurgentes reconoció en el momento.
Con una guitarra en la que aparecían imágenes de atardeceres y naturaleza, Steven Wilson empezó a cantar “Like Dust I Have Cleared From My Eye”, esta vez con Theo Travis en el mellotrón. “No Part of Me” no sonó tan electrónica con la batería de Marco Minnemann, en una versión de la canción incluso mejor que la del disco y con sus momentos de éxtasis a base de saxofón y wah wah. “Veneno Para Las Hadas” sonó hipnótica gracias a la base rítmica y las estrofas vocales. Finalmente, llegó el momento de la despedida con la colosal “Raider II”. Entre nubes de humo azul, Steven Wilson hacía de director de orquesta para Theo Travis y Adam Holzman. La canción se iba desprendiendo de su tono tétrico conforme avanzaba, con sus pasajes más propios de metal progresivo, sus partes más jazzísticas y, sobre todo, con sus momentos apoteósicos. Al final los músicos fueron abandonando uno a uno el escenario.
Pero al rato volvieron para tocar “Get All You Deserve”, que Steven Wilson cantó con la máscara de Insurgentes puesta. Saludaron, presentó a la banda, con los nombres de cada uno en pantalla, y se fueron. El público, que en su mayoría ya había estado en el concierto de Amsterdam días atrás, estuvo diez minutos aplaudiendo y pidiendo una canción más. Steven Wilson volvió a salir a agradecerle a la audiencia su apoyo. No tenían más canciones ensayadas. Sin embargo, “Track One” habría acabado de redondear la actuación y le habría hecho llegar a las dos horas de duración. Se quedó a diez minutos y un tema de alcanzar la perfección.
Aun así, lo que el público vio y escuchó esa noche, lo que Steven Wilson está haciendo en esta gira, es algo único. Sonido perfecto, interpretación magistral, pero por encima de todo, la capacidad de transmitir la emoción y la pasión que siente cuando compone y toca su música. Al contrario que para los sectarios de Heaven’s Gate en “Last Chance To Evacuate…”, el tiempo de Steven Wilson está lejos de llegar a su fin. Vive uno de sus mejores momentos y ya no importa si alguna vez alcanzará ese oscuro objeto del deseo que es el éxito —si él se pone buñuelesco…—, porque ha alcanzado aquello más oscuro, tormentoso y lejano que todo músico debería buscar: la genialidad.
Texto: Miguel E. Rebagliato
Steven Wilson — Boerderij (Zoetermeer, Holanda) — 30/10/20114 thoughts on “”