Blues del desierto. Esa es la etiqueta que menciona su propio sello para describirles. Y no andan lejos, no, porque Terakaft proceden de Mali y de Libia. Sí, Libia. Hace unos treinta años, muchos jóvenes tuareg fueron reclutados por Gadafi, que lo envió a campos de entrenamiento libios con objeto de usarles contra la sublevación popular en su país. Desde el reciente levantamiento popular contra Gadafi estos guerreros nómadas del desierto han sido citados frecuentemente como el gran apoyo del dictador y no es de extrañar, porque fue Gadafi quien les dio refugio, recursos económicos, tierras, etc. cuando desde los años 50 —durante el proceso descolonizador– todas aquellas tribus fueron brutalmente reprimidas y marginadas por los gobiernos títere de los nuevos países. La cosa es que el propio Gadafi más tarde cambió la causa tuareg por el uranio del Sahara en sus años de amistad con Occidente.
La cuestión es que Terakaft forman parte de aquellos rebeldes tuareg que conocieron la música occidental en aquellos campos de entrenamiento, donde sonaba desde Hendrix hasta Elvis. La crudeza de la vida de los tuareg y la destrucción de sus antiguos modos de vida durante el siglo XX necesitaba de un sonido más rudo que expresara toda aquella rabia. Muchos lo encontraron en el blues, cuyos patrones encajaban a la perfección con su cultura, y la guitarra eléctrica y crearon un nuevo género, el teshumara, del que encontramos aquí su más reciente expresión a través del crujido de las guitarras y el sonido del golpe de la mano en las percusiones.
La novedad más importante en este tercer disco es la ausencia de Kedou, uno de los miembros fundadores y también miembro de los más conocidos Tinariwen, con quien se les compara habitualmente. Sin embargo, Terakaft es el encuentro entre Jimi Hendrix, Ali Farka Touré y el desierto del Sahara y desde el comienzo del disco con Alghalem ya se notan las diferencias, sobre todo a través del gran trabajo de las dos guitarras rítmicas. Con una distorsión medida, consiguen el punto justo de suciedad y sequedad que requiere su música. En Talikoba se palpa el golpe de la mano derecha que lleva el peso rítmico, mientras el bajo deja su lado más hipnótico para jugar con diversas líneas melódicas. El tema que da nombre al disco tiene un inicio casi pop, con un arpegio amable bien arropado por los coros. Ahod también se nos muestra asequible, casi pegadiza con un estribillo optimista y bien articulado. Idiya Idohena tiene algo de ese blues primario, quizá porque la opresión y la indignación ante ella ha sido desde hace muchos años la cuestión que ha dominado el día a día tanto de afroamericanos como de tuaregs. En Amazzagh hay algo incluso de melancolía y añoranza en su melodía. Eso sí, hacia el final nos encontramos algo más de oriente, con temas como Akoz Imgharen o Kek Amidi Nin.
Aratan n Azawad denota una mayor occidentalización en la banda, cada vez más cercana a nuestros cánones musicales. Prácticamente es ahora la voz el único resquicio bereber que queda, además del poso enigmático, circular e hipnótico del sol en su sonido. Un álbum que anima a ahondar en la propuesta de Terakaft y sus raíces, aunque eso sí, no tiene una portada tan impactante como su anterior Akh Issudar, en la que desde nuestra óptica parecían cambiar kalashnikovs por guitarras eléctricas. Una buena idea.
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Texto: Juan Manuel Vilches
Terakaft — Aratan n Azawad (2011)6 thoughts on “”