Con una sala La Boîte prácticamente llena de un público variopinto, mayormente ajeno al tradicional de la escena y cuya buena disposición pero innegable frialdad evidenció la incongruencia que supone acudir a estos acontecimientos llamados más por la voz de lo socialmente deseable que por la verdadera pasión, se recibió el pasado 14 de febrero, fecha ad hoc para sicalípticas celebraciones, a un grupo que siempre ha llevado por bandera la exaltación de los valores lujuriosos del Rock and Roll: The Last Vegas.
Abrieron velada los omnipresentes Ángeles, cuarteto madrileño de rock and roll cuya fidelidad al puesto de telonero en nuestra ciudad comienza a resultar reiterativa. A su intachable vehemencia escénica habría que desearle una mayor amplitud de miras, que llevara su por estos lares bien conocido espectáculo hacia otras costas aún inexploradas, permitiendo al público madrileño redescubrirlos con mejor fortuna más adelante.
Con la sala ya prácticamente en sold out The Last Vegas salían a escena. Combo norteamericano apadrinado, y cada vez más, re-creado, a imagen y semejanza de los grandiosos Motley Crüe, exhiben ya sin ningún pudor la más que evidente influencia de sus mentores, hasta el punto de haber abandonado en cierta medida la esencia de sus primeras propuestas. Aunque expertos en ritmo escénico, que fue ágil, y en la repetición de manidos aunque casi siempre efectivos clichés rockeros, hubo escasez de feedback, con un Chad Cherry extrañamente concentrado en sí mismo, se diría que cohibido por la extrema cercanía con el público que supone una actuación en la sala madrileña La Boîte.
Sea porque ya se han habituado a actuar en estadios o por la escasez de alcohol en sus venas (exhibieron una encomiable sobriedad que contrasta con anteriores, y dipsómanas, visitas), su sexual animalidad, de la que hiciera gala en otras ocasiones, se vio considerablemente mermada. El impecable set-list, al que tan sólo hubo que achacar que sustituyese ese grandioso acierto que fuera “So Young, So Pretty… So What!” por su descafeinada versión posterior “I’m Bad“, fue sin embargo realizado desapasionadamente, casi con frialdad, de manera que rompecuellos como “High Class Trash” o “Love Me (When I’m Bad)” con la que terminaron la hora y cuarto escasas de actuación, casi pasaron desapercibidas en la medianía general. Pese a ello, y a pesar de las quejas del minoritario y selecto grupo de espectadores que ha seguido con interés la evolución del quinteto desde las primeras y demoledoras visitas a nuestra ciudad, hay que reconocer que Cherry, si bien no se encontraba en su mejor momento como vocalista, trató de encender a un público frío y apático que, más allá de las primeras filas, tomadas por aficionados a la música rock independientemente de si ésta es cool o no, apenas si cabeceaba.
Una velada de desigual aceptación para una banda que con la interiorización de la necesaria disciplina escénica parecen haber perdido en salvajismo y peligrosidad. En cualquier caso, y al César lo del César, éxito absoluto de público y buenas perspectivas para el resto de su gira.
Texto y Foto: Almudena Eced