Todos los que amamos la música, sea cual sea, tenemos en nuestro corazón y nuestra memoria, marcas imborrables que perduran año tras año; que sobreviven a las modas y la evolución de los gustos personales, pase lo que pase. Esas marcas pueden ser una canción, un disco, un concierto, una letra, un grupo o lo que tú quieras. O mejor dicho, lo que ellas quieran, ya que son ellas las que nos eligen a nosotros. Como las mujeres, vaya, y es que la belleza es así de caprichosa. En esta ocasión yo les vengo a hablar una vez más de los Real Mckenzies. Ese grupo canadiense de celtic punk con tan merecida fama de borrachos, fiesteros y cachondos en todas sus expresiones. Aunque no pueda parecerlo en un principio, ellos son la marca a la que me refería al comenzar esta crónica. Y es que después de tantos años de grandísimos conciertos se han ganado un respeto especial en mí. Uno que incluso alguno de mis grupos preferidos no tienen y que está construido con una solemnidad juerguista, una humildad, aumento imparable de calidad y factor emocional ligado a recuerdos inolvidables de la que pocos gozan.
Llevan desde principios de los 90 dando guerra sin tregua. Calidad discográfica a raudales desde sus comienzos gracias a esa perfecta combinación del folk tradicional escocés y el punk rock más característico que definía aquella época. No han cesado de girar, haciéndolo sin parar durante un año seguido y actuando junto a grupos de la talla de Rancid, NOFX, los Misfits o Metallica. Lo tienen todo para triunfar y sin embargo siguen siendo un grupo de culto para los que les adoramos, sin llegar nunca a agotar entradas por estas tierras como otras bandas como los Dropkick Murphys o Flogging Molly. Pero a ellos se la suda porque en cada ocasión que les he visto, bien sea en sala, festival o fiestas populares, han dado lo mejor de si mismos, indiferentes de si estaban tocando para 10.000 o para 50 personas. El concierto del pasado martes 24 de agosto fue más bien uno de estos últimos. Un martes de agosto, sin teloneros y tan sólo cuatro meses después de la última vez que estuvieron por aquí, hacían presagiar una asistencia bastante pobre y así fue. Pero bueno, había que aprovechar que venían a tocar gratis a Mas Nou y las fiestas de Bilbao. En ambas citas la gente enloqueció hasta la extenuación pero a nosotros nos prepararon un menú muy distinto: dos horas de set acústico. Una auténtica delicia que a mí personalmente me apetecía más que ninguna otra cosa, y más aún después del concierto con el que nos deleitaron en el pasado mes de mayo en el que ya tocaron unas cuantas canciones desenchufados. Tal y como nos figuramos, fue una noche inolvidable, una de tantas otras, pero única e irrepetible al mismo tiempo. Al fin y al cabo, ellos son The Real Mckenzies.
¿Y quiénes son ellos? Pues en esta ocasión el incombustible y poderoso frontman Paul Mckenzie, acompañado del grandísimo batera Sean Sellers (de Good Riddance), Robbie (de Exploited), el ya no tan nuevo gaitero Gord Taylor y el incorporado a última hora Gwomper (de Avail y Smoke or Fire). En esta ocasión lamentamos sobre todo la ausencia de otro gaitero, tal y como se comentó, pero que finalmente y por tratarse de un acústico no se le echó en falta, y al carismático Dave Gregg, que esta vez se quedó en casa pintando cuadros. Esta vez Karl Álvarez (de All y Descendents) tampoco vino con ellos ya que su participación en la anterior gira fue algo meramente puntual.
Después de llenar el buche con un buen filete con patatas en la cervecería de al lado de Gruta 77, los Mckenzies saltaron a la palestra bien alineados para comenzar con el set. Todos ellos ataviados con sus atuendos escoceses habituales e incluso Paul, con la misma camiseta Nitroactive de siempre, nos regalaron un exhaustivo repaso a toda su carrera discográfica en clave acústica. Fue una auténtica maravilla escuchar canciones de sus primeros discos como “Scots Wha’ Ha’e“, “Bastards” o “Mainland” sin las guitarras eléctricas pisando sus cánticos tabernarios. Cantando impetuosamente que lo único que desean es ir al cielo del whisky para beber ríos del dorado elixir sirviéndose de sus pulmones, tres guitarras acústicas, una caja percutida con escobas por Sean y la gaita de Gord daba la sensación de viajar con ellos a la Escocia profunda. Entrar de su mano en un pub humeante y desvencijado para golpear con fuerza las mesas de madera de roble y alzar las pintas de oro negro para bañarnos todos juntos en siglos de hermandad.
Dio igual que gritaran a la reina de Inglaterra que se fuera a tomar por el culo (“Bitch Off The Money“) o que reivindicaran su tesoro más preciado (“Whiskey Scotch Whiskey“). Cada una de ellas puede ser considerada un auténtico himno con el que desgañitarse la garganta. Algunas más bailongas, “Droppin’ Like Flies” o “Drink The Way I Do“, otras más emotivas, como dos de nuestras adoradas “Best Day Until Tomorrow” o “Cross the Ocean“. Aunque si hablamos de emotividad, esas canciones tradicionales que mr. Mckenzie canta a capella y que le enseñó su abuela en su infancia, se llevan la palma. La idea es que todo el público coree con él y la sala se llene de compadreo, pero aquí unas pocas palmas como mucho y arreando. Aunque la situación mejoró un poco respecto a la última vez y la gente respondió bastante bien creando cierta calidez. Bueno, eso y que quitaron el aire acondicionado un rato.
Texto: Javi JB
Fotos: Pat Blanco
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