Mal presagio dos horas antes del concierto cuándo, al acceder cómo prensa al recinto, la promotora nos avisó de que, por decisión de última hora de la banda, no se podrían tomar fotos del directo. Así que, con la cámara descansando en el guardarropía, y sin la esperanza de fotos oficiales a las que recurrir, una fotógrafa desarmada y un redactor expectante nos adentramos en la sala.
Habían pasado unos treinta minutos desde la apertura de puertas y The Lizards ya estaban regalando decibelios sobre el escenario. Hasta la fecha no había tenido la oportunidad de disfrutar de esta banda barcelonesa en directo, pese a que era algo que tenía ganas de hacer desde hacía tiempo. No me defraudaron. El sonido era tan contundente como impecable, aunque he de reconocer que el escenario de la sala se les hacía un poco grande para su actitud un tanto estática. Aun así se mostraron cómo unos teloneros muy dignos y, bajo mi punto de vista, más agradecidos que los más esperados de la noche.
Y justo a eso me remito porque cuando le llegó el turno a Sisters Of Mercy nosotros estábamos regresando de la terraza del local y, puedo afirmar sin temor a la exuberancia, que hasta el umbral de la misma llegaba el humo artificial lanzado desde el escenario. Tras abrirnos paso entre la masa nos encontramos con una pantalla de opacidad tras la cuál, se suponía, estaban los miembros de la formación. La voz de Andrew Eldritch manifestaba su presencia aunque, entre el humo y la proyección de las luces de los focos contra el público, uno tenía la sensación de haber perdido uno de sus sentidos. Y ya sé que se me rebatirá diciendo que esto es algo habitual en los directos del grupo pero uno sabe distinguir cuándo se trata de un efecto potenciador o de una cortina de humo, y espero se me disculpe el recurso del chiste fácil.
Reconozco que ahora sí que me he dejado llevar por la exageración pero es que me resulta indigno y desconsiderado. La mayoría de los asistentes habían pagado entre 35 y 40€ por estar allí dentro y, pese a que se encontraban entusiasmados procesando devoción a la mítica formación, creo que se merecían verles y no intuirles. Para eso, para lo que allí se vio, perdón, para lo que allí no se vio, uno prefiere quedarse en casa y escucharles en disco, que además suenan mejor. Porque tampoco sonaron del todo bien por momentos ya que, y quizá sí que estoy siendo demasiado puntilloso ahora, los acoples se sucedieron en una cadencia más elevada de la deseada.
También soy consciente de que algo de justificación sí que tienen; esta gira de 30 aniversario estaba pasando factura a la voz y estado físico del vocalista y supongo que desearon enmascarar ciertos contratiempos de salud con efectos visuales. En el terreno meramente musical, hora y media de recorrido a su discografía en la que ofrecieron algunos de sus más afamados hits, cómo ahora “Dominion“, “No time to cry” o “Temple of love“, esta última entremezclada.
Raül Ruiz