El cuarteto tiene unas tablas formidables y ejemplifican el buen trabajo en equipo. Se notan sus referencias retro nada más arrancar el motor. Su show es sencillo pero realmente resultón, manejando un rock de factura impecable y una potencia bien medida para cada uno de los trayectos del viaje. Ya fuese cantando ‘Falling, Falling‘ o ‘La Casa De Las Siete Chimeneas‘ como atacando todo un clasicazo como el ‘Helter Skelter‘ beatleiano, los cuatro artistas demostraron que lo son por derecho propio. New vintage rock para oídos con ganas de revivir décadas pasadas, cuando tras la contracultura salió a la superficie el rock duro y directo como estamento, cual única forma de proceder. Está claro que, por lo que nos adelantaron el pasado sábado en directo, su siguiente larga duración no se quedará atrás en cuanto a los logros obtenidos por sus anteriores lanzamientos discográficos.
Y llega el momento de meterse en harina, de sentir en el corazón los golpes de la doble pedalera de bombo de Downey, de volverse a enamorar una y mil veces de los riffs de Scott Gorham, doblados en esta ocasión por Damon Johnson —guitarrista para Brother Cane, Alice Cooper o John Waite, a la par que una de las piezas fundamentales del conjunto con querencias estilísticas country Whiskey Falls—. Eso sí, para el poco tiempo transcurrido entre una y otra aparición en nuestro país, el setlist fue un tanto reprochable. Sí, por supuesto que estaban todas las piezas esperadas, pero eran exactamente las mismas que habían tocado en la Joy; a excepción de ‘Do Anything You Want To‘ que ahora desaparecía para dar paso a ‘Suicide‘ —por lo que no sacaron los tres flor tooms a primera línea de escena para acompañar a Brian en el divertido sencillo que iniciase el LP Black Rose: A Rock Legend de 1979—.
De esta forma se sucedieron ‘Are You Ready‘, ‘Jailbreak‘, ‘Don’t Believe A Word‘ —se quedó en el tintero en su cita con La Riviera el tercer tema que sí venían interpretando en esta gira, su irrepetible ‘Bad Reputation‘—, ‘Killer On The Loose‘, ‘Dancing In The Moonlight‘, ‘Massacre‘, y así hasta completar un total de diecisiete composiciones, incluidas las tres de los bises. Subrayar, como he hecho desde que regresaron a la actividad en el 96, que la figura de Darren Wharton parece tener más peso por lo que representa —el haber formado parte de la marca Lizzy antes del fallecimiento de Phil Lynott, aunque sólo fuese en la recta final (no hay que olvidar que, aunque tocó las teclas en el disco Chinatown, no sería reconocido cual miembro oficial hasta Renegade y no saldría en las fotos de un álbum de la banda hasta Thunder And Lightning)— que por lo que ofrece a las canciones durante la totalidad del concierto. En ‘Angel Of Death‘ hace notar su característico estilo, al igual que en ‘Still In Love With You‘ saca a pasear su bella voz que, en cualquier caso, ya no está a la altura de cuando editase con los puntales del adult oriented rock Dare vinilos como Out Of The Silence o Blood From Stone —claro, que también han pasado más de veinte años desde aquello—; pero en la actualidad el resto de su magia se reduce a tocar un piano que, por desgracia, ya sea culpa de la alta amplificación del resto de los instrumentos, ya sea por los hados traviesos de la electricidad, no se escucha lo más mínimo.
Existieron, por supuesto, momentos entrañables. Las dedicatorias de Ricky Warwick a Lynott; ese instante en el que, tras cantar aquello de «the coyote call», tres palabras pertenecientes a la canción ‘Cowboy Song‘, la banda quedó en silencio para que los allí presentes pudiésemos hacer un aullido de lobo; las interminables repeticiones y el vacile con la audiencia a la hora de entonar ese «Musha ring dum a do dum a da… Whack for my daddy-o, whack for my daddy-o…. There’s whiskey in the jar». Aunque me quedo con las correrías de las baquetas de Brian Downey sobre los parches. Como pasase el año pasado, y notándose ya unos sesenta años muy machacados, en ‘Angel Of Death‘ el ritmo original se vio aminorado para que la técnica del baterista fluyese como corresponde. Pero es que es eso, la técnica, una técnica con mayúsculas, el virtuosismo de un batería que no es que conozca los límites del tempo en una canción… ¡Es que él es el sumo creador de los mismos! Verle evolucionar con su mano derecha sobre el hi-hat es uno de los deleites más emocionantes para cualquier amante de la batería; y eso por no hablar de su muñeca zurda, parte de su cuerpo que debería ser donada a la ciencia para su estudio. La fractura de los tiempos, la consecución de los mismos, la transformación de redobles en rebotes a un mismo golpe con ambas manos es algo sólo comprensible en talentos como el de Downey.
En definitiva, una noche en la que algunos vieron a Thin Lizzy y otros a una banda de versiones de los mismos. En cualquier caso, por mi parte puedo decir que nunca dejaré de asistir a cualquier show que ofrezca este conjunto, una agrupación que parieron el dublinés Brian Downey, el natural del este de Belfast Eric Robin Bell y el mulato de oro de West Bromwich Philip Parris Lynott. Leyenda con un cancionero tal que debiese estudiarse en cualquier aula de colegio o universidad que verse sus lecciones en las literaturas y poemas del siglo XX.
Texto: Sergio Guillén. Fotos: África Paredes
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Aun no estando el desaparecido Lynnot en la banda, un concierto de Thin Lizzy con Brian Downey o Scott Gorham o alguno de sus emblemáticos miembros, es algo más que un concierto de una banda de covers. Thin Lizzy es ya una marca indeleble en la historia del Rock, y aunque la personalidad de su tristemente desaparecido líder se echa de menos hasta límites que rozan la divinidad, sus canciones tienen entidad propia. Todo aquel que las ame y sepa darles el color que Phil quería, es merecedor de ser un Thin Lizzy Hero.
Saludos
Totalmente cierto, así es. Un saludo, Runner.