Todo el mundo me decía que Vilanova i la Geltrú era una preciosidad. Pues así de primeras, al menos en la zona del camping y alrededores, pues no. Eso sí, fue llegar a la La Masia d’en Cabanyes, donde se celebraba Vida Festival 2014, y todo cambio. Un entorno de ensueño para cualquier festival, o al menos para uno donde los artistas, salvo excepciones, no reúnen a una chavalería sedienta de botellones interminables y bandas de usar y tirar. Salvo algún lío en ciertos aspectos de la organización (en la entrada tardaban demasiado en confirmar los datos de los abonos, algunos miembros del staff no servían de guías para situarse en el recinto), en general todo fue sobre ruedas. Pero es que en ese entorno, como si se hubiese producido un apocalipsis zombie mientras tocaban Andy y Lucas. Por suerte, el buen hacer acompañó en ambos días.
De primeras el viernes me acerqué a M. Ward, que para los que no lo sepan nació antes que su dúo con la Deschanel, y que además tiene bastante más talento que ella. A nivel compositivo ya se sabía, pero en directo, al menos para el que suscribe, no lo tenía tan claro, aunque me lo olía. Su presencia sobre el escenario es apabullante, cercana pero con garra, y acompañado de una banda que otorgaba un mayor empaque al show. Y aunque muchos le conozcan por su faceta más folk, el ya cuarentón, por cierto, muy atractivo todavía, derrochaba gran poderío rockero y country, del de la vieja usanza. Quizás las canciones perdían matices respecto al estudio, pero ganaban en vigorosidad. Y como regalo final, “Roll over Bethoveen”, el clásico de Chuck Berry, y todos a bailar.
Rufus Wainwright es toda una estrella. Quizás no en lo que se refiere a liderar las listas de éxitos, pero su actitud, sin duda, es la de un artista que sabe potenciar sus virtudes. A eso se le llama confianza en uno mismo, pero basada en un talento real y palpable. Y no necesita a nadie más, como demostró en Vida: él solo sobre el escenario, cambiando del piano a la guitarra dependiendo del tema. Clásicos como “Out of the game”, “Cigarettes and chocolate milk” o “Gay Messiah” (está presentando su recopilatorio), sin olvidar su celebrada versión del “Hallelujah” de Leonard Cohen, sonaban a gloria bendita gracias a su capacidad vocal pero sobre todo por su actitud de diva. Este concepto se suele usar de manera peyorativa, pero en este caso se agradece hasta la extenuación. Porque así acabamos tras este directo, agotados, pero en el mejor de los sentidos. Y bueno, no hay que olvidarse de su salero a la hora de hacernos reír por sus chispeantes comentarios. Risas y lloros, a veces todo mezclado. Una maravilla.
Tras perderme en la búsqueda del escenario La Cabana, lo que por otra parte me permitió descubrir nuevas y maravillosas zonas del recinto, llegué por fin para asistir al magnético concierto de El Último Vecino. Para los que no les conozcan, reviven el sonido new wave más synth a través de pegajosas melodías y peculiares letras en español. En principio una fórmula bastante atrayente, que por suerte se revalidaba en directo, con un Gerard, líder de la formación, que desplegaba su carisma peculiar, distinto al que puede destilar por ejemplo Rufus, más difuso pero casi igual de atrayente. Por si fuera poco todo el entorno estaba rodeado de árboles teñidos de rojo gracias a la intrigante iluminación, generando un espacio aislado del mundo, como de otra década, para acabar volviendo a la realidad cuando terminó el show.
Tras la experiencia en plena arboleda con El Último Vecino, al día siguiente estaba deseando volver a investigar los distintos rincones de la finca, pero esta vez la finísima voz de Sílvia Pérez Cruz me atrajo como las sirenas en la mitología. En este caso los árboles se inmiscuían en la visión (no era La Cabana, sino El Bosc Encantat), aunque al no haber masas de gente agolpándose para disfrutar de ella en directo, una de las virtudes del festival, me pude colocar en un lugar privilegiado. Y hablo de ella, pero estaba acompañada de Raül Fernández, que a la guitarra aportaba la única instrumentación para el cancionero de la catalana. Su poderío vocal mezclado con el brío a la guitarra de su compañero formaron un binomio que se traducía en emoción y corazones en un puño. Mucho sentimiento durante la hora que duró el recital, destacando la fusión entre “Corrandes d’exilio” y “Gallo negro”, porque la pobre se agobió con el tiempo, y la versión de “Alfonsina y el mar” de Mercedes Sosa.
Yo La Tengo empezaron algo tarde, y aun así se solapó ligeramente con Sílvia y Raül, lo me produjo cierta ansiedad. Superado el mal trago y por fin situado frente a ellos, la mítica banda de rock alternativo estaban ya plantados sobre el escenario, tan noventeros y auténticos como cabía esperar. Canciones simpáticas y poperas como “Mr. Tough”, joyas acústicas en la línea de “I’ll be around” o ruidismo a lo “Sugarcube”, formaban parte de un setlist mucho más variado de lo que muchos podían llegar a pensar. Años y años después de su debut, el trío sigue derrochando la misma honestidad y frescura que antaño, sobre todo en directo (ayuda a que no vivan de las rentas, y que su último disco, Fade, era una gran obra). Todo un ejemplo de banda de renombre que si sigue en el candelero es por algo, no solo por su pasado. Y la voz de Georgia sigue enamorando, por cierto. Eso sí, el momento donde hicieron amagos de estampar los instrumentos contra el suelo, pero al final no, chirrió un poco. Si al menos lo hubiesen hecho…
La homosexualidad de Hidrogenesse se multiplica por cien sobre el escenario en un show tan rocambolesco como divertido. Pues salimos ganando respecto a las horteradas que sonaban mientras en el Orgullo Gay de Madrid, oigan. Incluso se despendolaron con la versión de “Maricas” de Los Punsetes, que a los politicamente correctos les parecerá súper mal, pero no parecía que entre el público hubiese individuos de esa índole, así que se tradujo en un sonado triunfo. “Christopher”, “Dos tontos muy tontos”, el anti himno “Disfraz de tigre” o el dardo que le lanzaron a Lana del Rey con “No hay nada más triste que tuyo” (la chica no es la alegría de la huerta, la verdad) amenizaron un desfase de pop electrónico donde solo pecó un sonido ligeramente distorsionado por el volumen si uno se acercaba a las primeras filas, pero más lejos el tema se resolvía y todos contentos.
Mientras el dúo se marcaban una buena fiesta, muchos se agolpaban ya frente al escenario principal para asistir al directo de Lana del Rey. Mucha chavalería, lo que no esta mal salvo cuando en ciertos tramos del concierto se les oía más a ellos que a la neoyorquina, muy guapa, todo hay que decirlo. Gracias a Dios era imposible avanzar hacia las primeras filas, por si se tenía la tentación, y quedarse a cierta distancia ayudaba a escuchar mejor. De primeras hay que destacar el setlist, aunque no siempre para bien. Se agradece que no solo tire de hits (faltaron algunos evidentes como “Young and beutiful” o “Ride”), y que temas menores como “Carmen” o “Million dollar man” los saque a relucir; pero lo que no tiene perdón de Dios es que solo dedicase dos temas a Ultraviolence, el que le da nombre y el single “West Coast”. Fin. ¿Una estrategia para contentar a un público más amplio? No creo porque, como he mencionado, obvió singles claros por temas de relleno.
Otro tema cuestionable era la ausencia de cuerdas en temas que evidentemente las necesitan, como “Born to die”, que pudo sonar más redondo. Había un violonchelo, pero solo se usó una vez, y a correr. Y también cuestionable resulta su afán de tirarse diez minutos agasajando a sus fieles seguidores. Muy preocupada por ellos y tal, pero hazlo al final del concierto, no en medio. Parecen todo pegas, pero la magia de del Rey está por encima de ellas. El pseudo hip hop de “National Anthem” para cerrar otorgó la fuerza que requiere un final por todo lo alto, el a capella que se marcó de “Old money” (interpretada por petición popular) fue para llorar a lágrima viva, “Summertime sadness” resultó todo un himno en un contexto de festival que daba sus últimos coletazos, o “Video games”, con el ya célebre vídeo de recortes vintage de fondo, nos recordó cómo empezó todo y por qué nos conquistó. ¿Peros?, ¿de qué peros he hablado?
Austra, sin ser una banda zapatillera (en un festival de este estilo no pega ni con cola una alternativa así), sí que era una opción más bailable que la media. Con un look entre sesentero y mamarracho, la frontwoman apareció en escena (el teclista tampoco es que pasase desapercibido con su look imposible) para entregarse a su electro-pop que a pesar de su sonido no resulta intrascendente o solo dedicado a mover el esqueleto, sino que cuenta con bastante chicha. No obstante también es verdad que en directo todo se vuelve más fiestero, donde dos temas brillaron sobre el resto. “Lose” y “Home” representaron los momentos de mayor subidón colectivo en un concierto que si bien resultó efectivo para desmelenarse a aquellas horas de la madrugada, no es menos cierto que se echó en falta algo de gancho.
Gran debut de un festival al que le auguramos un futuro esplendoroso. Nos vemos el año que viene, edición para la que ya se ha confirmado a Andrew Bird.
dyorch
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