Muchas son las canciones que se le han dedicado al mar Mediterráneo pero pocas son las ocasiones en las que se le ha oído cantar a este. Sobreentiéndase el recurso lírico, no se me vaya a tildar de persona poca cuerda o dada al esquive de la realidad; me refiero a que en pocas ocasiones las orillas mediterráneas confluyen en un mismo cantante, obra y lugar. Porque pese a su alumbramiento en tierras teutónicas, Vinicio Capossela es de ascendencia italiana (de la directa); sus inquietudes artísticas y sociales le han llevado a fijarse en un país hermano en esencia y decadencia económica: Grecia; y su paso por la península ibérica le ha llevado a desembarcar (nueva licencia) en la Barcelona de Mas y Millet.
Tras iniciar la semana en Madrid, el cantautor y multiintrumentista regresó a la ciudad condal para cambiar sala por teatro. Una sala que bien podría haber sido un club o, mejor dicho, un antro de aquellos que pueblan el bohemio imaginario popular, en los que reinan las mujeres de vida alegre, se consumen los hombres de vida gris, y el alcohol, el tabaco y la música permanecen perennes en la escena ajenos a tiempos y ubicaciones. Tal vez la sala Luz de Gas poco tenga de bohemia pero, por una noche, el engaño cedió ante la predisposición.
Enmarcado dentro de la edición número 24 del Festival de Guitarra, el concierto de Vinicio se convirtió en todo un repertorio de rebetiko, género musical griego que se desarrolló en los bajos fondos de las principales ciudades griegas a mediados del siglo XIX. Dos horas de música e historias con entrañas en las que la reivindicación social y las denuncias constantes permitieron materializar a diferentes personajes públicos que fueron linchados de palabra y pensamiento.
Un auténtico recital de ‘Música de resistencia‘, como llegó a tildarla el propio Capossela, con la compañía del gran Manolis Pappos, en el que pudimos gozar de temas tales como: “Con una rosa“, “Sciavola via via“, “Che cossè l’amor” o “Il ballo di San Vito“.