En nuestro país coexisten, dentro de la música independiente, dos mundos (o más…) dispares. El de los grupos nuevos y, otro (nuevos o no), el de las bandas desconocidas. Dentro de ambos se puede dar el caso de aquellos que disfrutan de la ebullición que su música ha provocado, ya sea por una campaña de promoción, (haciendo “Chup, chup“, como Australian Blonde en 1993), o por la confianza que muestra alguna cadena de radio (por muy independiente que un grupo sea,¿quién diría que no a ganarse el apoyo de una “radiofórmula” para darse a conocer?; que se lo pregunten, si no, por ejemplo, a Amaral), disfrutando de su momento de gloria. Para los menos afortunados, el día a día es el luchar haciendo su música y costándoles horrores el llegar a un público más amplio. Y los grupos no pueden ni pretenden controlar todo esto. Porque también hay dos mundos en los medios de comunicación de nuestro país; como los hay en lo que a discográficas se refiere: ¿por qué, si no, muchas bandas se autoeditan sus discos?.
Las dos bandas que se presentaban en la Sala Costello madrileña a finales del mes de mayo son propuestas diferentes bajo un ámbito elocuente: el de la herencia de la música española de finales de los ochenta y principios de los noventa.
La influencia de “Vivalavida canalla” bebe de la irreverencia de otros como Tequila, trasladando el sarcasmo de sus letras hacia terrenos más identificativos y comerciales, como El canto del loco. Su voz principal se defendía con soltura en el escenario, cantando con un desparpajo que hacía reconocer la forma de cantar (alargando el final de sus frases) al solista de los vigueses, y olvidados, “Los piratas“. Es una banda tenaz en el escenario, cambiando el ritmo de sus canciones, pero siempre apoyando este cachondeo en lo pegadizo de sus estribillos. Harían las delicias de aquellos que gusten de olvidarse de lo que esté más allá de límites del pop trascendental y rebuscado; con tres guitarras y batería, bases simples e ineludibles para el pop-rock sin artificios, se consiguen temas así de enfocados al jolgorio.
Con el mismo apoyo instrumental, “Nada personal” (en la foto), afina sus letras, arrimando la ausencia, el amor y la belleza de las cosas rutinarias hacia el terreno de la rima contagiosa. Carlos Piedra, su solista, cuida la modulación de su voz (el lugar no ayudaba demasiado, tampoco la escasez de público) y la sintonía de las melodías, para encaminar sus textos hacia lo más reconocible de la música española de finales de los ochenta. Pero no carga las tintas en lo ya sabido, lo ya nombrado y lo ya escuchado. Pretende crear un mundo paralelo de recuerdos (esa dulce ironía de “Para Remedios“), un “crescendo” guitarrero que se acerca más al rock de finales de los noventa en “Entre leones“; el contagio rítmico de “Somos rebeldes” ó el saber llevar a este terreno el tono de drama “crooner” que había facturado Raphael en su archiconocida “Yo soy aquel“. Pero tornando el sabor que a “deja vu” tiene la canción hacia un guiño simpático por el cambio inteligente en el tono de la famosa canción. Buen equipo (excelente batería, por cierto) para que “Nada personal” tenga las armas suficientes en darse a conocer; sólo hace falta apuntar en la dirección adecuada…y que el apoyo externo sea eficaz: como les pasa a muchos.
Texto: Ángel Del Olmo
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