Una noche de luces y de sombras, de inocentes melodías infantiles y de atmósferas tenebrosas, y, ante todo, una clase magistral a cargo del señor Yann Tiersen. Esto es lo que aguardaba al público madrileño tras las puertas de La Riviera hace unos días, cuando el francés visitó la capital para presentar su último disco, colgando el cartel de “no hay entradas”.
El artista bretón carga con el sambenito de haber firmado la deliciosa (o pastelosa, según se mire) banda sonora de Amelie (2001), una oda a la música callejera y de cámara, que en realidad estaba compuesta en buena parte por temas previamente grabados por Tiersen. Esos sonidos que enamoraron al gran público por tanto aparecen en distintas etapas de su carrera y no faltaron en una velada donde el músico le pegó un repaso a su discografía sin descuidar el protagonismo evidente de su última entrega, Infinity.
Este nuevo proyecto grabado en Islandia con composiciones en la lengua de esas tierras, cuyos ambientes sonoros transportan al oyente a su desértico y frío paisaje fue reivindicado desde el arranque, utilizándose el texto de “Meteorites” a modo de introducción. La sala gritó emocionada cuando Yann y sus compañeros hicieron acto de presencia y se oyó uno de los primeros tintineos marca de la casa.
Sobre el escenario, el despliegue de medios era considerable y Yann acabaría utilizando prácticamente todos los instrumentos a lo largo de la hora y media de concierto, haciendo gala de su condición de multiinstrumentista. Igual de bien se manejaba al micrófono cantando a tres voces por ejemplo en otro de sus recientes títulos, “A Midsummer Evening” y más avanzada la noche por su cuenta “Cascade Street“.
De los ambientes más recargados y algo oscuros, aún habiendo suavizado su “Palestine“, y del virtuosismo a la guitarra eléctrica, de improviso Yann trasladó a los presentes al sonido limpio y natural de Montmartre con su melódica y su piano. Silencio sepulcral para “La Dispute“, que fue directa a la fibra más sensible del personal, que rompió en aplausos.
Si bien el artista era el centro de atención, sus socios enriquecían y daban una vuelta a parte de su cancionero, con más redobles por aquí y más guitarreo por allá. Contribuían a la explosión sonora que experimentan canciones como “The Gutter“, con la que el público se vino arriba. Enriquecían el abanico de ritmos registrados a lo largo del recital, incluido el vals con “The Crossing“. Y le complementaban cuando Yann se pasaba a su faceta más electrónica jugueteando con los teclados y sintetizadores en “Vanishing Point“.
Rugía La Riviera “Otra, otra” tras la desaparición de los músicos, y Yann atendió las súplicas en solitario, dando paso a los minutos más emocionantes si cabe de ese sábado noche. “La Longue Route” al piano erizó hasta el último pelo y, aunque ya se le había visto manejando el arco, tuvo a los presentes con el corazón en un puño al sacar de nuevo a Amelie a escena e interpretar “Sur le Fil” al violín, viéndose obligado a hacer una pequeña pausa porque ya no era posible contener los aplausos. Ante la reacción el francés no escondía la sonrisa y se despidió, aparentemente de forma definitiva, con los pulgares hacia arriba.
Sin embargo, un segundo bis pilló a muchos haciendo cola en las escaleras para recuperar la chaqueta o salir directamente a la calle y a la sala encendiendo luces y abriendo puertas. Quedaba el minuto y cuarenta y cinco de intensidad de “Le Quartier“, la verdadera despedida en forma de desparrame instrumental.
Comprobado que el encendido de luces que le siguió era el definitivo, salía el público extasiado ante el ecléctico espectáculo, confeccionado por un artista que sabe muy bien qué notas tocar para emocionar. Y en toda clase de instrumentos.
Texto: Beatriz H. Viloria
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