La primera vez que Youth Lagoon actuaba en Madrid (como bien recalcó Trevor) se antojaba como un acontecimiento que no había que perderse, a pesar de que las malas lenguas decían que no había por donde coger sus directos. Antes de su aparición en escena era la oportunidad de Absolutely Free para convencernos. A medias se quedaron, ya que aunque se trata de una banda competente, resulta poco personal sobre el escenario, además de que el sonido no era todo lo bueno que cabía esperar, algo farragoso y no demasiado nítido, lo que por otra parte podía hacer pensar que con Youth Lagoon también resultaría un escollo para su disfrute. Por suerte cuando el plato fuerte de la noche salió a escena las dudas se disiparon.
Acompañado de bajo, guitarra y batería, la cara visible del proyecto se ocupaba de los teclados y la programaciones, todo sonando a la perfección, de una manera similar al estudio pero más bravo y vivaracho. Lo único que quizás se desviaba ligeramente era la voz del frontman, que a pesar de su calidad resultaba incluso más aguda y estridente que en álbum, y a veces los tímpanos podían sufrir un poquito (nada traumático, eso sí). Empezaron el recital con “Attic doctor” y “Sleep paralysis”, de su último disco, pero no recibieron las primeras ovaciones hasta “Cannons”, posiblemente su canción más querida y cuando Trevor más se soltó. Ataviado con una peculiar camisa marca de la casa (se pirra por ellas) y haciendo gala de su rizado y espeso cabello, su aspecto de loco entrañable conquistaba a pesar de que con el reverb poco se le entendía, sobre todo cuando empezaba a desvariar.
Aunque por supuesto tuvo más peso su último álbum, y por supuesto el público siempre conoce mejor y celebra más el primero, el equilibrio entre ambos fue acertado, pero quizás el orden del setlist o la elección de algunos temas pudo haberse afinado. El ritmo del concierto se vio algo lastrado en “Pelican man” y “17″Â (“ritmo” es un decir, tampoco es que se trate del directo más loco que uno pueda imaginar), porque aunque solo fuesen dos canciones, no duraban cuatro minutos precisamente. El tema volvió a coger fuelle con la intensa e inmensa “Mute”, y “Raspberry cane” no le fue a la zaga, aunque “Daisyphobia” durmió a las ovejas. Pero justo después llego el highlight de la noche con “July”, de tal magnitud sonora que envolvió toda la sala, que se quedó pequeña ante tal nivel de exaltación musical. Pelos como escarpias.
La acogedora “Dropla” se podía haber quedado pequeña tras este ejercicio de energía, pero el ambiente estaba tan caldeado que la recibimos con los brazos y oídos bien abiertos. Tras el bis volvieron a escena con “The hunt”, que quizás no fue la más adecuada para terminar pero tampoco amargó el dulce sabor de boca de aquella última sección del concierto. Así que hubo altibajos, sí, pero en general la sensación que predominaba era la de satisfacción, porque puede resultar laborioso mantener la vigorosidad del directo cuando el dream pop es un género tan disperso en su ejecución (un pop-rock, incluso mediocre, se torna más sencillo de mantener). Una propuesta sólida que a pesar de temores, puede que infundados, funciona coherente y honestamente con su estilo.
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