Karin Dreijer, sueca de nacimiento, comparte un grupo con su hermano Olof. Se llaman The Knife y todo aquel que se haya acercado a cualquiera de sus tres álbumes hasta la fecha -“The Knife” (Rabid, 01), “Deep Cuts” (Rabid, 03) y “Silent Shout” (Rabid, 06)- sabrá de sus particulares maneras, tan frías como hipnóticas.
Aprovechando un parón en la actividad del dúo, Karin ha publicado un álbum homónimo que, pese a las evidentes semejanzas con The Knife, refleja carácter propio y grandes maneras. En solitario, la hermana abandona la pista de baile y se sitúa en un techno-pop de regusto ochentas y formas minimalistas en el que la voz se convierte en la gran protagonista.
Su voz, y menuda voz. Con o sin ayuda de la tecnología, Karin se muestra andrógina y fantasmal, tímida y arrogante, entre el lamento (“When I Grow Up”) y la lengua de Drácula (“If I Had a Heart”). Su garganta hace que pasemos de lo terrorífico a lo sedante, pero no provoca ni miedo ni tedio, solo misterio y oscura seducción.
Bajo ella se mueven colchones sonoros de sintetizadores solemnes y sombríos que tejen melodías gélidas y románticas, beats espaciados para dejar hueco a la voz y pequeños detalles en forma de arreglos.
“Fever Ray” es un disco gótico que se permite alegrías como “Triangle Walks” y su cacofonía con hombreras, pero que termina remitiendo a bosques tupidos, aliento de lobos, playas entre brumas y el viento sobre la tundra. Un disco con canciones como “If I Had a Heart”, “Seven” o “Keep the Streets Empty for Me”, suficientes como para hacerle un hueco en las listas a final de año.
Pero, sobre todo, es un disco con la capacidad para quedarse alojado en el reproductor por mucho que se repitan las escuchas. Y eso, en los tiempos que corren, vale mucho.
Zigor