Oro Viejo es el mejor ejemplo que se me ocurre sobre el poder de la nostalgia. El otro sería todo lo que rodea al producto ‘Yo fui a EGB’, pero ese caso es una tontuna más mainstream y propia de la radio fórmula que otra cosa. El caso es que son muchos los eventos que han florecido en los últimos años que están sacando rédito de esta ola de añoranza de los años ochenta, noventa y dos mil -el propio Dj Nano presentará un nuevo espectáculo a principios del año que viene llamado Popland-, pero con Oro Viejo lleva haciéndolo 16 años. Además, este evento no va dirigido a un público tan amplio como puede hacerlo el dance y el pop, sino que su nicho es muy concreto: los bakalas.
Lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor es sin duda una falacia de evidencia incompleta, pero la decadencia de la actual música popular ha puesto en relieve, con más fuerza de lo esperado, el hecho de que hubo un día en que en las macro discotecas sonaba música de muchísima calidad. Este fenómeno electrónico fue tal que estuvo respaldado por la venta de millones de discos e incluso espacios de éxito en la televisión pública como Música Sí, con secciones dedicadas al bakalao, como la que presentaba uno de los protagonistas de esta edición de Oro Viejo: Dj Neil. Esa nostalgia fue precisamente la que hizo que se vendieran las doce mil entradas disponibles veinte días antes del Oro Viejo. Y también que no haya críticas más allá de “tenía que haber pinchado el Sweet Release”.
La cuestión es que el amor que los asistentes sienten hacia todas las canciones que sonaron el pasado 15 de diciembre en el pabellón 8 de IFEMA es tan vasto, que todo lo demás no importa. Da igual todas las carencias que pueda haber porque la emoción de escuchar “Will I” de Ian Van Dahl, “World Of Love” de Clublanders, “Children” de Robert Miles, “Sunrise” de Ratty o “Do You Know” de Silverblue es tan intensa, que todo aquello que pudiera empañar la fiesta simplemente se ignora. A nuestro lado robaron el móvil a una chica (uno de tantos porque fue algo masivo, aunque al parecer lograron detener a alguno de los responsables) y sin embargo parecía darle igual. E iba sobria. Vaya, que es algo especial lo que ocurre con el remember y sin duda, muy bonito, pero a veces esta subjetividad emocional puede nublar un poco nuestra percepción. Con todo esto lo que quiero decir es que El último Oro Viejo fue una nueva demostración de fuerza de Dj Nano, pero solo respecto a su poder de convocatoria. En cuanto a montaje, capacidad sorpresiva, puesta en escena e introducción, el declive respecto a ediciones anteriores fue más que evidente. Podéis leer aquí la crónica de la edición del 2016, Emoción, para ver a qué me refiero. Ya el año pasado, en The Big Show, suprimieron los dj’s invitados y el espectáculo 3D, pero al menos el espectáculo visual lo suplió con creces. En esta ocasión, el concepto de Cuento de Navidad no fue trasladado en ningún momento al show y, por primera vez, el carácter excesivamente previsible de todo el desarrollo restó muchísima intensidad a la sesión del anfitrión.
Hay que decir en su defensa que la selección de los dj’s invitados para la ocasión supuso un gran acierto. Dj Neil dio una lección de clase al seleccionar temas con el mismo criterio con el que lo hacía en Scorpia, mientras que Ángel Sánchez optó por una rama más dura que no encajó tan bien a esas horas, pero que sin duda tuvo despuntes de absoluta brillantez. A una gran parte del público no le quedó más remedio que escucharlo desde la cola del ropero principal, ya que los dos secundarios quedaron desbordados a una hora muy temprana. El resto decidió salpicar la pista de montones de abrigos que había que esquivar como si aquello fuera una gymkana.
Llegadas las dos de la mañana, todo se detuvo para dar la bienvenida a Dj Nano. Después de un vídeo de presentación que solo podemos calificar de pretencioso, comenzó a sonar a todo volumen “All I Want For Christmas Is You” de Mariah Carey, mientras Nano se abría paso entre el público, custodiado por una legión de guardaespaldas, en lo que supone la introducción más hortera que somos capaces de recordar. Tras el baño de masas, subió al escenario, se quitó la bata de boxeador con su nombre y por fin, se puso a los mandos de los Pioneer.
Las cuatro horas de sesión se desarrollaron con normalidad. Tras un comienzo un poco flojo, todo empezó a encarrilarse y hubo cabida tanto para el progressive como para temas de corte más ochentero, pero sobre todo para himnos de toda índole cuyos subidones fueron acompañados de bramidos de Nano en la onda del reiterado “viva la madre que os parió”. Los últimos sesenta minutos estuvieron dedicados a aquellos hits que han trascendido el género, como “Flying Free” de Pont Aeri, que fue empalmado con “Flying on the Wings of Love” de XTM, o la famosa versión de Kate Ryan, “Désenchantée“. Lo esperado, ni más, ni menos. Eso sí, nos quedamos con uno de esos broches que provocan la reacción de la que hablaba al principio de la crónica, “Let The Light Shine” de Darren Tate. Una de esas canciones que casi nos hacen creer a Dj Nano cuando exagera desproporcionadamente al decir que es la mejor música de la historia. En esos momentos en los que te encuentras embriagado por el baile y los láseres, es imposible pensar lo contrario. Y es que no fue “La edición más emotiva y bonita” que nos prometieron, pero volvió a ser memorable. Y por eso no podemos hacer otra cosa que aguardar impacientes la siguiente.