Hay directos que son un viaje. Son esos en los que, por un rato, todas tus preocupaciones se evaporan y tu única ocupación es dejarte llevar por la atmósfera emocional que logra construir el invitado arropado por el público. Casi todo el tiempo estás abstraído por el arte, pero hay momentos racionales en los que se te cruzan preguntas por la cabeza como ¿por qué no hay más artistas que hagan esto? o ¿por qué hay tan pocas giras así?. Es tu yo que se resiste a que esta conexión sea tan efímera y excepcional. Una frustración inevitable fruto de un hondo placer. Después caes en la cuenta de que precisamente eso, el hecho de que sea tan inusual, es lo que lo hace tan especial.
El live de Christian Löffler sin duda lo fue. No es habitual presenciar un directo de un artista así y menos aún en esta época en la que acaban de reactivarse las giras internacionales. Por eso no podemos más que agradecer a la promotora detrás de esta fecha, Houston Party, por atreverse a organizarla. Aunque visto el éxito de la convocatoria (entradas agotadas) cualquiera diría que era una apuesta segura. Ojalá sea el primero de muchos eventos similares y el año que viene por fin podamos disfrutar lives de artistas como Ben Böhmer, Lane 8, Yotto o Max Cooper. Los que sí lo hicieron en el pasado fueron otros como Jon Hopkins, Ólafur Arnalds o Nils Frahm y, a pesar de los pesares que ahora comentaré, el live de Löffler del pasado 27 de noviembre de 2021 merece estar en ese saco de experiencias memorables.
La nota de prensa decía que venía a nuestro país para presentar sus dos últimas referencias: “Lys” (2020) y “Parallels” (2021), este último un homenaje experimental y electrónico a Beethoven, pero finalmente el setlist fue una suerte de greatest hits. Lo cierto es que Löffler no es uno de esos productores que, antes de demostrar su talento en el estudio, ha sido clubber. Por eso mismo al comienzo de su carrera de directo le costaba encontrar su sitio. Su música era demasiado lenta y poco funcional de cara a un público al que le apetece bailar. En esta gira ha demostrado que ya descubrió la clave para ofrecer un repertorio tan lleno de intensidad como de sentimiento. Sin renunciar a su esencia y temas puramente emocionales es capaz de desplegar una contundencia techno que contrasta, y al mismo tiempo se fusiona, con sus tracks más intimistas. Euforia y melancolía. Calidez y frialdad. Luminosidad y tinieblas.
El repaso a lo mejor de su carrera estuvo tan afinado que a veces nos mirábamos incrédulos por lo increíble que es su música, aún habiéndola escuchado hasta la saciedad. Sus armonías generadas a través de delays, vocales oníricos y sonidos ambientales generan unas texturas paisajísticas llenas de profundidad. Muestra de estas atmósferas hipnóticas fueron “Versailles (Hold)” o “Lys“, de su citado penúltimo disco, la brillante “Ronda“, en homenaje a la preciosa ciudad española, “Haul“, “Pale Skin“, “York“, “Mt. Grace” o “A Forest“. Es fascinante que no hubiera ni un solo tema de transición en la hora y media que duró el directo. Iba a decir espectáculo, pero esa palabra solo haría justicia al apartado sonoro. Lo cierto es que ni los visuales (muy austeros y cero sincronizados), ni la iluminación, ni la acústica/potencia de la sala Mon (poco apropiada para un live de estas características) estuvieron a la altura de la calidad musical Christian Löffler. Lo que sí lo hizo fue el público, el ambiente fue una delicia absoluta. Aunque tiene una explicación: todos los que fuimos somos melómanos y todos fuimos obnubilados por la mejor electrónica emocional del mundo.