Con su nuevo disco “Rain Plans” Israel Nash ha perdido el Gripka por el camino y también el sonido deudor de Neil Young que le caracterizó con su debut “New York Town” y el que le otorgó la medalla de revelación del sonido Americana, “Barn Doors & Concrete Floors“. Lo que está claro que no ha perdido el bueno de Israel es su legión de fans, que se ve acrecentada en cada visita a nuestro país, aunque los mayores simpatizantes de su folk-country campestre están algo confusos ante esta nueva vertiente estilística. Aún no sabemos a dónde le llevará este disco de transición experimental, de hecho un servidor también se siente más cómodo meneando la pelvis al ritmo de las primeras coplas sureñas que sumergiéndose en las nuevas atmósferas, pero no puedo más que reconocer su honestidad y ambición creativa al haber dado este volantazo al carromato. Además, qué historias, ni es un disco mediocre, ni las nuevas canciones resultaron soporíferas en directo, como han criticado algunos asistentes sedientos de fútbol y cerveceo. El concierto fue una magnifica progresión que convirtió un arranque tibio en un despliegue de calidad compositiva y brillante ejecución que llenó hasta el último rincón de la sala Boite.
La primera parte del recital estuvo plenamente dedicada a presentar el citado “Rain Plans“. Las texturas ambientales se fueron cociendo a fuego lento, amasando los acordes bañados en psicodelia setentera con paciencia. Virtud de la que careció gran parte de la asistencia, con las miras puestas únicamente en aquello que querían escuchar. Sin embargo el silenció imperó y la tibieza dio paso a la ebullición emocional alcanzada con el despunte del tercer tema, la deliciosa “Just Like Water“. Es entonces cuando nos dio igual que el planteamiento no fuera un trampolín y comenzamos a disfrutar la esencia de la ambiciosa telaraña en la que una banda sincronizada al milímetro, rica en cuerdas, coros y un pedal steel evocador, nos invitó a recostarnos hasta el colofón final de “Mansion” y “Rexanimarum“. Así es como nos transmitió ese melancólico torbellino de sensaciones emergentes del salvajismo de la naturaleza y el consuelo de la familia, así como la vulnerabilidad del ser humano que lucha en la primera y se refugia en la segunda. Trasladó sus nuevas composiciones al directo del mismo modo que uno las paladea recostado en el sofá de su casa. Nos lo cantó en una íntima conversación y nos ayudó a comprenderlo echando mano de la razón y el corazón.
Cuando acabó este primer tramo del set ya nadábamos en el bolsillo de su talento, de modo que el resto del repertorio fue coser y cantar aquellas canciones con las que nos cautivó la primera vez. Con “Goodbye Ghost” nos abrió la puerta del Chevrolet desvencijado para que fuéramos a dar un paseo por la geografía rojiza del sur. Con los bocados más tiernos de “Louisiana” o “Drown” en los que su hipnótico timbre se funde con la guitarra de Joel McClennan y el final llega sin que aún te haya dado tiempo a asimilarlo. Como no podía ser de otra forma, “Fool’s Gold” y “Bailtimore” dieron forma al bis de un concierto que le hace a uno presagiar que pronto la historia escribirá Nash junto a otros apellidos como Young, Fogerty, Adams o Earle. Por lo pronto nosotros escribimos la sentencia de que este fue uno de los mejores viajes del año y que la próxima vez que se pase por aquí procuraremos abrir los brazos un poco más si cabe.
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