Nada más llegar a la Joy Eslava el encargado de prensa de la promotora Heart Of Gold nos advirtió que no había foso para fotógrafos, sino que habría que hacer las fotos sin flash y a varios metros de distancia, dado que Lucinda Williams tiene bastante genio y los destellos le ponen de mal humor. Pensamos que, entre lo cascarrabias que parecía estar, y el carácter intimista que describía la velada, a lo mejor hasta nos iba a evocar algún bostezo. Tres horas después atravesábamos la misma puerta con una gran sonrisa pintada en la cara, aún maravillados porque el concierto que acabábamos de presenciar fue exactamente lo contrario a ese temor inicial. Fue una delicia incomparable. Fue magia.
Los catalanes Partido, en su versión más reducida con sólo dos componentes (teclado, acústica y voz), caldearon el ambiente con un una interpretación llena de dulzura y sobriedad. Su folk crepuscular derrocha calidad y sin duda estuvieron más inspirados al escribir sus canciones que al escoger el nombre del grupo. Las versiones tampoco se les dan nada mal, tal y como demostraron con una emocionante “Birds” de Neil Young. Lo dicho, muy recomendables.
Llegado el momento de recibir a una de las mejores cantautoras del siglo XX, según la revista Time, la sala lucía a una multitud expectante y madura. “Real Love” fue la primera estrella fugaz de una lluvia astral que acabó convertida en toda una galaxia. Lo que se anunció como velada íntima acabó siendo todo un recital rockero, tan lleno de alma como intensidad. Lucinda y el guitarrista Doug Pettibone (toda una institución al otro lado del charco a pesar de ser prácticamente un desconocido aquí) son capaces de llenar todo el escenario, pero la incorporación del bajista David Sutton fue todo un acierto. Sonaron tan sólidos, a medio camino entre la sencillez acústica y la electricidad más vibrante, que apenas se echó de menos a la batería, sólo añorada en los momentos de mayor intensidad.
Comenzó sosegada, con canciones como “Right In Time” o “Tears Of Joy“, pero cuando empezaron a sucederse joyas como “Drunken Angel” es cuando de verdad ardieron los corazones. Su voz se coló en cada rincón de nuestros sentidos, enroscada en los inspirados arreglos de Pettibone, que en más de una ocasión se llevó una ovación en mitad de la canción. Su set destacó por su variedad, desde himnos como “Essence” o “Honey Bee” a composiciones nuevas y versiones como “Hard Time Killing Floor Blues” de Skip James o “Trying to Get to Heaven” de su admirado Dylan. Aunque para versión sorprendente la que hizo de “Adiós, Corazón Amante“, de la chilena Violeta Parra. Con un castellano más forzado que acertado evocó más risas que emoción, pero que no fueron burlonas, sino cómplices ante semejante derroche de naturalidad. Lucinda estuvo tan cómoda en el escenario de la Joy como si se tratara del salón de su casa. Arropada por una audiencia solemne que sintió cada uno de sus versos y acordes, confirmando de nuevo que es la más grande y tiene lo que muy pocos poseen. Y es que, ante conciertos como este, uno sólo puede decir: gracias.
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