El Azkena Rock comienza de facto el propio jueves en la emblemática Plaza de la Virgen Blanca de la capital alavesa, con el así llamado Osteguna Rock (“rock del jueves”), donde varios grupos ofrecen su repertorio con mayor o menor fortuna al público congregado, todavía escaso en relación a las dos jornadas subsiguientes. En esta ocasión, la programación era una apuesta segura: al grupo local de metal Delenda Est lo acompañarían Los Brazos y The Amorettes. Los primeros vienen a ser un combo que dará que hablar en todos los sentidos positivos del término: actitud, calidad compositiva y paridad entre sus miembros. El buen rollo y la pulsión por vivir que emanaron al respetable solo se puede comprender asistiendo a uno de sus directos. Y a su carisma presente en todo momento. Sencillamente, un grupo con ganas de comerse el mundo. Esto es lo que espero yo cada vez que veo a una nueva promesa. Y esto es lo que por fin recibí. Mucha atención a este grupo.
Viernes 21 de junio
Uno se va haciendo viejo. Recuerdo esos primeros Azkenas en los que entraba nada más abrirse las puertas de Mendizabala. Esos años han quedado muy atrás…y ahora, si quiero resistir hasta -casi- el final, me es necesario comenzar el periplo en Mendizabala poco antes de caer la noche. Dicho y hecho, nada más entrar me planté frente al segundo escenario para asistir a lo que Deadland Ritual me podían ofrecer, siendo perfectamente consciente de que había elegido pasármelo bien, no ver el concierto de mi vida. Voy a disfrutar y es lo que obtengo, ni más ni menos. Además, no mancillaron mucho el legado de Black Sabbath (de hecho, alguna versión fue más que correcta). El highlight no obstante, vino a ser el “Rebel Yell” de Billy Idol, a tal punto que parecía que la mayoría de asistentes había acudido solo para disfrutar ese momento. Sea como fuere, los temas se defienden solos, incluso los que no son versiones. Eso sí, el sonido de este segundo escenario era excesivo. Muy potente, tal que no había sentido ese malestar auditivo desde el inicio del concierto de Ministry en el Kobetasonic de Bilbao allá por el 2008. Conclusión: retroceder posiciones y pillar un lugar lo más centrado posible. Por si fuera poco, ese torrente de voz del mercenario en cuestión me impelía a cagarme en mi poca vista por no haber comprado tapones de oídos apropiados para paliar el constante martillazo a mis pobres tímpanos.
Acabado el concierto y con una sonrisa en la boca y un zumbido en los oídos, cogí posiciones frente al escenario principal para disfrutar de uno de los cabezas de cartel de ese primer día: Stray Cats. Setzer y adláteres son como ramones o AC/DC: tocan el mismo tema todo el rato pero no cansan los cabrones. Punta, tacón, vuelta a bailar, vuelta a soñar. Y así todo el rato. Una breve ausencia que me requería la naturaleza para hacer aguas menores me causó un curioso efecto de duplicidad: por una parte me fastidiaba perderme medio tema, pero por otra, al volver al bolo sentía que nunca había salido de él. Elegancia, clase. No se puede definir de otro modo. Asistir a un concierto de Stray Cats es como volver por un momento a los años 50. Y creedme… eso te convierte en el ser más feliz del planeta.
El solape más doloroso venía a continuación: Blacberry Smoke y Tropical Fuck Storm. Afortunadamente, mi decisión estaba tomada desde hacía días. Cuando hay duda, busca la droga mental… busca la psicodelia pura. Ese es uno de mis principios. Dicho y hecho, me planté en el escenario 3 para asistir a uno de los bolos de mi vida: Tropical Fuck Storm. Más que un concierto, fue una experiencia; todavía no me creo lo que viví ahí. Es como estar soñando, hipnotizado. Si me sustraen la cartera en ese mismo momento, no me doy cuenta. Si me dan por el culo, tampoco. Es más: si por un casual me percato del hecho, dejo que procedan, que a mí de ahí no me apartaba ni Dios. ¿Cómo definir una experiencia en la que no te acuerdas de nada por lo jodidamente bella de ésta? Que alguien me explique la razón de que, sin drogas de por medio, aparezcas en otra dimensión. Si esto es Tropical Fuck Storm, me daría miedo pensar lo que hubiese sido asistir a un concierto de los Drones.
Cuando acabaron, una recua de zombies nos dirigíamos sin rumbo fijo a cualquier punto de Mendizabala acabado el viaje astral. Yo ni siquiera sabía donde estaba cuando me vi repentinamente rodeado de personas que esperaban el concierto de los otros co-cabezas del día: B-52S. Tanto teatrillo previo y tanta floriura para acabar viendo a algo parecido a Paco Porras acompañado de los de El Consorcio. Suerte que pudimos desintoxicarnos con The Glassjaw unos y con The Hillbilly Moon Explosion otros. En mi caso elegí picotear un poco de cada y debo admitir que fue un broche muy digno de una jornada frenética de subidas y bajadas, tanto artísticas como emocionales.
Sábado 22 de junio
Si hay un grupo que ansiaba ver en esta edición, ese era Tesla. Las buenas vibraciones que arrastraba mi memoria de su concierto en el Kobeta de hace once años en Bilbao me obligaron a la tesitura moral de conseguir un buen sitio. Oues bien, no fueron ni mejores ni peores que entonces, fueron sencillamente perfectos. Son un grupo de chamanes que juegan a placer con los que abajo asistíamos extasiados a su poderoso ritual de rock and roll. Un tipo que tenía al lado murmuró que a mitad de concierto hubo un bajón de intensidad. Chorradas. Aquello fue un non-stop de manual hasta el último tramo, que básicamente estuvo dedicado a inspiradas versiones de “Blackbird” de los Beatles, “Little Suzi” de Ph.D. y “Signs” de Five Man Electrical Band. Cerraron con la magnífica “Gettin’ Better“, pero nos quedamos un rato suplicando por un bis que nunca llegó. En lo que a Tesla se refiere, soy insaciable, qué le vamos a hacer.
Neko Case tuvo mala hora, justo después del huracán que acabábamos de presenciar, pero eso daba igual. Sobre todo para alguien que ha viajado 600 kilómetros exclusivamente para verla, como hice hace años con una mano delante y otra detrás. Con dos ovarios, salió sin batería, en formato tranquilo y -lamentablemente- en el escenario equivocado (si bien el escenario tres tenía peor sonido en aquel momento -los que fueron a Corrosion of Conformity, que se solapaba, lo corroboran-) este tablado en el que tocó era excesivo para la incomprensiblemente escasa familia que nos reunimos allí. Definitivamente, es mejor verla en sala, pero como si toca en un garaje: inmenso set-list y una voz que enamora. Simplemente es de otro mundo.
Wilco, primeros co-cabezas de la jornada, sonaron bien y dieron aquello que sus fans -yo lo soy sobre todo de sus dos primeros discos- buscaban. Con creces, además. Por poner un pero, eché en falta más material del ‘Being There‘, pero creo que este grupo ha llegado a un momento de su carrera en el que puede tocar lo que les salga de abajo, que ya vienen mereciendo desde hace tiempo una libertad creativa en sus directos más allá de lo que opine incluso el mayor de sus acólitos. Tras ellos, Morgan se subieron al escenario 3. Algo falló. Me explico: no fue mal concierto, ni mucho menos, pero entre que son un grupo de sala y que los speechs, tan recurrentes como absurdos de la cantante, me ponían de los nervios, no acabé de meterme en el concierto. Vamos a poner caballerosamente que no fue su día. O, muy probablemente, el mío.
Era la tercera vez que The Cult tocaban en el Azkena. La primera fue vergonzosa, la segunda mágica y esta, tal y como sospechaba que ocurriría, muy buena. No me sorprendió que defendiesen el ‘Sonic Temple’ con algo menos ímpetu que el ‘Electric.’ Posiblemente sea más difícil de defender en directo. Este último va más al grano, mientras que el primero está plagado de matices y es al que estaban homenajeando. No podía pedir mucho más a la segunda jornada del festival, pero aún me aguardaba una sorpresa final mientras estaba disfrutando de los gorgoritos de Phil Anselmo y su banda The Illegals, tocando ese increíble repertorio de Pantera que nadie ha sabido emular, decidí ir a repostar.
Las barras más próximas al escenario 2 estaban colapsadas así que me fui a las del escenario 3, donde en ese momento estaban tocando Starcrawler. Decidí escuchar una canción por curiosidad y ahí me quedé hasta el final. Clavado. Confuso. Maravillado. Me resultaba inexplicable. Había escuchado algo del grupo en estudio y me había gustado, sin más, pero esa experiencia en directo era de locos. Hacía muchos, muchos años que un grupo no me sorprendía de esa manera. Una frontwoman que no había visto desde los tiempos de David Lee Roth y unos temas inalcanzables en calidad para el 99% de los grupos actuales. Una pulsión, una actitud y un puñetazo en el estómago que me hizo olvidar que a pocos metros estaba el líder de la última gran banda de metal que nos ha dado la historia. Y es que esta es la mayor magia del Azkena Rock: una sorpresa puede aguardarte en cualquier escenario, cuando menos te lo esperas. No conozco a otro festival que guarde esos ases bajo la manga.
Crónica del Azkena Rock 20191 thought on “”
¡Tremendo! No podría estar más de acuerdo. Eso es exactamente lo que yo sentí en el Azkena. Palabra de honor. No quito ni una coma. Enhorabuena.