Recientemente el BIME ha ganado el premio Fest 2017 al festival más tecnológico. No es para menos, desde el lugar en el que se enclava (El BEC de Barakaldo) a su desdoblamiento entre Pro y Live, en el que tienen lugar tanto conferencias, networking y showcases, como más de cincuenta bandas y dj’s repartidos en cinco escenarios, destila vanguardismo y la vista puesta en el futuro de la música internacional. Nosotros volvimos a focalizar nuestra experiencia en el BIME Live y, un año más, fue una delicia absoluta llena de eclecticismo y momentos memorables.
Uno de nuestros escenarios predilectos es el Antzerkia, es decir, el auditorio, aunque desgraciadamente el civismo de los asistentes no suele estar a la altura de la circunstancias, especialmente en este país. La primera víctima del murmullo incesante (cuando no directamente alaridos) del público fue Bill Callahan. Su folk intimista es difícil de encajar en un festival y el público puede hacer que sea memorable o un auténtico suplicio.
En el escenario Thunderbitch, el cabeza de cartel de la jornada, la enérgica pareja Royal Blood, descargó todo su potencial, tan colorido como vacío. Un grupo resultón y festivalero que desde luego te puede hacer pasar un rato entretenido, pero que si siguen replicando influencias sin generar canciones memorables, dentro de poco pasarán a la más absoluta irrelevancia. Por el contrario, el regreso de Ride nos llena de emoción y lo hace todavía más después de que hayan sacado uno de los mejores discos de rock pop del año. Dieron un concierto de factura impecable, en el que sonaron tan bien las canciones shoegaze de sus inicios, como las de brit pop atmosférico que llevan practicando en sus últimos trabajos. Sin lugar a dudas, de lo mejor de todo el festival.
En el teatro, los berlineses Einstürzende Neubauten dieron uno de los recitales más fascinantes que cabía esperar. Su industrialeo teatralizado de aires post-punk nos dejó fascinados de principio a fin. La combinación de la hipnótica declamación del cantante Blixa Bargeld y las percusiones ruidistas generadas con instrumentos de fabricación propia a base de tuberías, hierros, rodillos de acero o cubos de basura, nos dejó claro que se trata de una formación muy especial. Cuatro décadas de vanguardismo y experimentación les avalan.
Cada vez que Orbital se suben al escenario facturan uno de los mejores lives electrónicos del año. Tanto si tiran de contundencia ravera como de melodía ambiental, te hacen bailar y flotar a partes iguales. Y ya si enlazan Halcyon con Belfast, qué más se puede pedir. Una clase magistral de cómo se hacen las cosas en materia de techno. Aunque había una propuesta a la que aún le teníamos más ganas ya que se prodiga poquísimo por nuestro país: Kiasmos, el proyecto de minimal experimental de Ólafur Arnalds y su colega Janus Rasmussen de la banda de electro-pop islandés Bloodgroup. La hora fue totalmente desacertada, no es música para un festival a las tres de la mañana, pero aún así la disfrutamos como un masaje tailandés. Live, lo que se dice live, más bien poco. Dio la sensación de que pincharon sus temas y poco más, pero son tan tremendamente buenos, que nos planteamos los aplausos como un homenaje a sus horas de producción, más que a su escueta puesta en escena.
Vayamos a la jornada del sábado. Lo de Las Bistecs fue una sobredosis de insufrible petardeo, mientras que Delorean hicieron su particular y precioso homenaje al cantante vasco Mikel Laboa. Folklore electrónico-ambiental de primer nivel. Les siguieron BNQT (léase Banquet), unos Traveling Wilburys de andar por casa según su propio líder, Eric Pulido de Midlake. El resto de la formación la componen otros cuatro vocalistas: Ben Bridwell (Band of Horses), que en esta ocasión no vino, Jason Lytle (Grandaddy), Alex Kapranos (Franz Ferdinand) y Fran Healy (Travis). Daba la sensación de que la mayoría de los que estaban allí no sabían ni de qué iba la fiesta. La verdad es que siendo un supergrupo de semejante calibre podrían ser más de lo que son, pero aún así nos gustaron. Pop rock y folk psicodélico con canciones propias de sus bandas, como “Sing” de Travis o “Hewlett’s Daugher” de Grandaddy. Y por último, “Revolution” de los Beatles. Tan ricamente.
El momento culmen de gente en el BEC se alcanzó con Franz Ferdinand, en contraste con la discreta asistencia del día anterior, que en nuestra opinión tenía un cartel mucho más interesante. Los de Kapranos hicieron lo de siempre y contentaron sobradamente a la masa: estribillos coreables y melodías de pop rock que invitan al cancaneo. Empezaron con “Lazy Boy” y acabaron con “Michael”, para poner el broche con un bis compuesto de “Always Ascending”, “Ulysses” y “This Fire”. Siempre efectivos.
The Prodigy es de esos grupos con los que siempre te lo pasas bien, aunque lleven haciendo lo mismo (con leves matices) más de una década. Comenzaron con “Breathe” y siguieron con trallazos infalibles como “Omen”, “Firestarter”, “Voodoo People”, “Invaders must die” o, cómo no, “Smack my bitch up”, una de las mejores canciones de la historia de la electrónica y que siempre hace enloquecer hasta al más adormilado. Desgraciadamente, toda la actuación quedó deslucida por una iluminación histriónica y totalmente desincronizada, que lograba un efecto de saturación bastante agobiante. Ocurrió exactamente lo contrario con Vitalic y su fantástico espectáculo ODC, con estructuras y proyecciones giratorias que resultaban hipnóticas. Un gran fin de fiesta que continuó con techno en un escenario y pop-rock verbenero en el otro. Como siempre decimos cada vez que acudimos a un BIME Live: volveremos.