Hacía tiempo que Sodom no descargaba su visceral propuesta por tierras españolas así que la presencia del grupo liderado por Tom Angelripper era un pequeño acontecimiento entre la peña seguidora del thrash metal clásico “ochentero” versión alemana. En el caso de Barcelona, el recinto de Salamandra 2 se llenó casi por completo, con algún hueco en los lugares donde la visibilidad del escenario no es completa.
El recibimiento fue de lo más entusiasta por parte de un público que reunía a partidarios veteranos pero que también contaba con seguidores de “nueva generación” y, sorpresivamente, más simpatizantes femeninas de las que cabía esperar.
Lo más destacable, además de la consabida energía con la que inundaron las paredes del recinto de principio a fin, fue la actitud que mostraron, totalmente desprovista de divismo y muy coloquial, como si fuese una sesión de música entre amigos.
El rostro de Bernd “Bernemann” Kost, además de manifestar una colección de muecas, transmitía una extraña sensación de serena felicidad, lo que no impidió que sus demoledores riffs se incrustaran en el cerebro como una taladradora. Más difícil fue reconocer sus ejecuciones solistas, principalmente porque la dinámica rítmica despedía decibelios a mansalva, con una batería imponente a cargo de Markus “Makka” Freiwald, el “novato” incorporado en 2010 que lucía, con pelo corto y camiseta blanca, un aspecto totalmente alejado de connotaciones metálicas.
Pero, sin lugar a dudas, el tema que más fuerza centrífuga desató entre los adictos al grupo, con desmadre total, fue “Nuclear Winter”, con presentación alusiva de Tom a Japón, a propósito de los problemas causados en una de sus centrales nucleares debido al reciente terremoto.
El papel de “tipo duro” que Angelripper quería exhibir acabó por desvanecerse al comprobar la entrega de los fans y afloró su lado sentimental para mostrar un emocionado agradecimiento.
El concierto no tuvo secretos; Sodom ofreció lo que se esperaba, una amplia dosis de thrash virulento escenificado con predisposición a la vehemencia, que fue correspondido de igual forma por la gente a medida que iban sonando piezas como, “Proselytism Real”, “The Art Of Killing Poetry”, “I Am The War”, “City Of God”, “Outbreak Of Evil” o “Sodomized”, hasta llegar al infaltable “Agent Orange”, otra de las aportaciones en las que el público perdió la compostura para dar rienda suelta a su lado más salvaje.
Uno, que sigue a Sodom desde sus inicios, ha de reconocer que, al final, el recital resultó excitante pero largo en exceso. Casi dos horas de incontinencia metálica pasaron factura, más en el aspecto mental que físico. Ahora bien, no creo que hubiera alguien defraudado al término de las “hostilidades”.
TEXTO LOCKY PEREZ/FOTOS HECTOR HUGO VILA (Madrid)
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