A lo largo de un concierto que brilló tanto como el faro de una bicicleta cuya dinamo fuese accionada por las pedaladas del más vigoroso ciclista, Robson no sólo puso en pie las canciones de Crooked Heart Of Mine (‘Magic Tricks‘, ‘The Mighty Incinerator‘ o ‘Devil Led Evil‘, entre otras) o adelantó varias piezas del que será su siguiente, y todavía más poderoso, disco; Giles hizo puro vudú, revivió con su arte a Muddy Waters o a Sonny Boy Williamson, sembrando sobre la tarima esa figura ritual del mojo que pusieron a funcionar en sus años de vida genios del calado de Robert Johnson, Lead Belly, T-Bone Walker o Little Walter. Todos habrían estado orgullosos de tan humeante velada, en la que el humo del cigarro negro de club privado sito en Nueva Orleans se vio sustituido por un artefacto que escondía con sus ráfagas las figuras de los instrumentistas, que los hundía en una niebla misteriosa.
Los Dirty Aces manifestaron con elegancia rítmica que se pueden adorar las raíces del blues de guitarra de palo y tener al mismo tiempo un ojo mirando al legado de The Cramps; igualmente ofrecieron para los coleccionistas de versiones una visión más de ese ‘The House Of The Rising Sun‘ que han interpretado desde Clarence “Tom” Ashley y Gwen Foster hasta The Animals, Jody Miller o Muse. El boca a boca debe hacer que la afluencia de público sea mayor en su próximo paso por Madrid, pues el espectáculo posee una calidad y está a la altura suficiente para llenar un gran pabellón; solamente es necesario que el público abra otros pabellones, los auditivos, para dejarse capturar por una música bien hecha que sugiere y revitaliza el espíritu.
Texto: Sergio Guillén. Fotos: África Paredes
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