Qué lejos quedan los tiempos en que L.A. Guns llenaban recintos y algunas de sus canciones figuraban en las listas de éxitos. Se trataba de la década de los 80 y Sunset Strip era una especie de fábrica que, desde Los Angeles, facturaba para el mundo un buen número de bandas envueltas en la aureola del llamado hair metal, glam o sleazy, que todo viene a ser lo mismo; hard rock sucio y callejero adornado con una imagen de pelos exuberantes, mucho maquillaje y vestimentas estrafalarias.
Los L.A. Guns que vimos en la sala Apolo 2 de Barcelona (una de las dos formaciones que existen en la actualidad) distan mucho de aquella imagen triunfadora e irreverente de antaño. Por suerte, en lo que respecta a su música, conservan su integridad con dignidad, por tanto, el puñado (literalmente pu-ña-do) de fieles seguidores que aún conservan por estas tierras, disfrutaron de aquellas composiciones que dominaron la industria durante alrededor de una década, antes de que el grunge diera un nuevo vuelco a la situación.
La alineación que nos visitó en esta oportunidad estuvo liderada por Tracii Guns, toda una garantía para el buen desarrollo de la actuación, no en vano, fue fundador del grupo, a quien dio su apellido, y pieza básica de la formación más clásica junto al vocalista Phil Lewis (responsable de la escisión actual junto al batería Steve Riley, poseedor de la mita de los derechos del nombre). Tracii, tuvo al lado a su hijo Jeremy haciéndose cargo del bajo, a Chad Stewart (ex Faster Pussycat) a la batería y a Jizzy Pearl (ex Love/Hate), como vocalista de urgencia para un puesto que ha tenido diversas alternativas.
Todo el “glam-our” de otras épocas brilló por su ausencia; de maquillaje casi nada, algo de rimel para Chad y poco más; las vestimentas, salvo Jizzy que parecía un figurín de lo elegante, el resto… de estar por casa. Eso sí Tracii exhibió sus abundantes tatuajes.
Y, en lo musical, no faltaron sus temas más representativos, “Rip & Tear”, “Sex Action”, “One More Reason”, “Never Enough”, “Let It Rock”, “No Mercy” y, por supuesto, “Ballad Of Jayne”, entre otros. Debido a la presencia de Jizzy, y según comentarios de los presentes, recurrieron también a canciones de Love & Hate, algo que no puedo atestiguar ante mi total desconocimiento de su discografía.
La actuación en si, comenzó con fuerza, luego la combinaron con medios tiempos y las obligadas baladas para, en el tramo final, alcanzar un éxtasis eléctrico arrollador que hizo vibrar al público como si fueran sus tiempos dorados.
Tracii, liberado del peso de ceñirse a los esquemas inherentes al periodo más exitoso del grupo, se reveló como un guitarrista con recursos, jugando con la improvisación y la filigrana sin alejarse demasiado la estructura habitual de las composiciones. En un momento dado, se puso las manos a la cabeza imitando la señal de los cuernos al estilo Angus Young y tocó algunos acordes de “Hell Bells” pero todo quedó en un amago y retomó el repertorio de L.A. Guns. Jizzy, aportó buenas maneras de frontman, con un registró vocal que encajó con naturalidad, mientras que Jeremy puso ganas y se le vio muy metido en su papel. Chad, no desentonó, estuvo contundente y preciso, a pesar de los mencionados problemas con la batería que a punto estuvieron e sacarle de quicio.
Seguramente, la escasa audiencia propició que el concierto durase poco más de una hora, pero fueron 70 minutos bien aprovechados en los que demostraron aquella energía barriobajera que un día los encumbró en la cima del éxito, aunque con una formación bastante distinta.
NASTY TENDENCY
En un principio estaba previsto que el grupo que abriera el concierto fuese Bad Way, sin embargo, cambios de última hora propiciaron la presencia de Nasty Tendency.
Siempre ha sido un camino obligado para que los grupos noveles se den a conocer pero, a veces, la labor del telonero se torna de lo más ingrata cuando tienes que empezar a tocar ante 20 y 30 personas. A los italianos no les quedó más remedio que “tirar palante” con su modesto hard rock típico y una vocalista femenina, delgada pero con mucha marcha, que trataba de conectar con el escaso público en la medida de lo posible, al igual que el bajista que no paraba de sonreir y comentar que se sentía como en casa. Vamos que por simpatía no quedó. Eso sí el batería dejó el instrumento maltrecho y luego Chad se encontró con el marrón.
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