Mark Lanegan — Joy Eslava (Madrid), 16/05/2010

Seis largos años son ya los que lleva sin conocer sucesor el aclamado Bubblegum (Beggars Banquet, 2004), última referencia registrada en solitario por un Mark Lanegan que en todo este tiempo se ha mostrado mucho más proclive a prestar su voz a proyectos conjuntos o ajenos (Queens Of The Stone Age, Isobel Campbell, Gutter Twins, Twightlight Singers, Soulsavers…) que a grabar y girar bajo su propia marca, especialmente en formato eléctrico. Apunta la rumorología a la ruptura de ese silencio discográfico a lo largo del próximo otoño, si bien antes el de Ellensburg ha optado por reencontrarse con su repertorio en clave acústica y reducido a la mínima expresión, con la guitarra de Dave Rosser como único respaldo para una garganta y una presencia sobradamente capaces por sí solas de llenar cualquier escenario.

Envuelto en su habitual liturgia de parquedad gestual y de palabra, arqueado en la penumbra bajo una espalda que apenas parece soportar ya el peso de todos los pecados que lleva a cuestas, Lanegan fue engarzando con subyugante aspereza unos temas que en su acústica desnudez no hicieron sino acrecentar su doliente belleza y su intensa carga dramática, piezas emocionalmente devastadoras de un puzle articulado primordialmente en torno a Field Songs y en el que, junto a números propios nada obvios y selectamente escogidos, hubo lugar para el encaje de un buen puñado de versiones y el sobrecogedor recuerdo de Screaming Trees de la mano de ‘Where The Twain Shall Meet’ y, ya en los bises, un escalofriante ‘Traveller’.

Espléndido repertorio que pocas reservas pudo suscitar más allá de filias personales, ejecutado a discreción (22 temas en 70 minutos) con la impenetrable sobriedad que caracteriza a un artista irrepetible que tal y como vino se fue, dejando sobre las tablas de la Joy Eslava el magnético halo de su presencia y el recuerdo de otra noche inolvidable, algo que está al alcance de muy pocos y que él logra con tal frugalidad de medios y recursos que casi da miedo.


Texto y foto: Raúl Ranz

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