Noche de guitarras furiosas las que iluminaron la noche madrileña que fundieron de distintos estilos los dos grupos que prácticamente llenaron la Sala El Sol, de acuerdo de otra interesante propuesta más del excelente cartel que puebla la exquisita dedicación que plantea SON Estrella Galicia. Y que siga así. Esta vez, como la función era más agitada, se cambió de escenario, cambiando el precioso Teatro Lara por la Sala El Sol. Lógico.
El dúo afincado en Madrid His Majesty The King, que se ha pasado cinco meses elaborando las canciones de su segundo y homónimo trabajo, es una pareja atípica en el panorama rock independiente actual español, sobre todo por la propuesta de su formación: guitarra y potente batería para proclamar su arenga en castellano e inglés de potentes melodías, salvando las distancias, entre The Breeders y unos Sonic Youth deslavazados. Y entiendo que sea así, no sólo porque no participe de lo colérico del trallazo de sus canciones, sino porque a mi entender les falta (en su rabia) y sobra (en la desmesura) mensaje para plantear con corrección el trabajo de sus melodías. Clara y Nacho tienen la fuerza para ganarse el ritmo, pero si le diesen más forma a las canciones el resultado podría ser muchísimo más tajante.
Después, el ruido de los cohetes de los primeros, dio paso a la luminosidad de los fuegos artificiales del norteamericano Mikal Cronin, que viniendo a presentar las canciones de sus dos álbumes en solitario (ha colaborado ocasionalmente con Ty Segall, quien también participa en su último trabajo), proclamó a todas luces que la claridad que deslumbra en su recién MCII no es cosa de ganarse las riendas de ser un excelente trabajo de power-pop, sino el saber llevarla a su directo con energía y autoridad; la misma que liaban las tres guitarras y la batería en un torbellino de canciones vibrantes.
Si en su álbum, Cronin funciona de forma mucho más cristalina, haciendo que la voz del pop se fusione con los destellos de las guitarras, consiguiendo corearse sus canciones como quien pega una mano a un cristal, dejando la identificación de sus huellas, las marcas de su directo funcionan como una túrmix de furioso desgarro de guitarras, donde el cantante de 27 años revuelve sus “Am I wrong”, “See it my way” o “Change” (tres de las muchas gemas de su disco), en una hora de concierto donde no sobraba nada, ni la duración de las canciones ni el poderío del grupo como tal al presentarlas. Por eso, la viola y el violín que adornan las canciones de estudio, quedaron relegadas por la explosión nada intermitente de los temas en vivo, que obligaron sin remisión a la chavalería veinteañera que ocupaba las primeras filas a saltar con idéntico ímpetu que el que se escuchaba desde el escenario.
Cuando tenga tres o cuatro discos más, nadie se explicará la fuerza que pueda provocar un concierto de dos horas del grupo. Hasta entonces, nos quedaremos con las excelencias de éste gran disco y las ganas que pone en directo. El que la prensa especializada haga caso omiso a la corriente power-pop, no es óbice para que apreciemos el talento de gente tan joven y con tantas ganas de zurrar sus temas, curtiéndolas de una aceleración que provoca un vértigo incandescente.
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